Cómo embaracé a mi madrastra [3] Liberación



Lejos de apaciguarse, la tensión envolvió nuestra casa. Tensión que solo mi madrastra, Natalia, y yo entendíamos. Mi padre continuaba con su rutina, la rutina a la que había vuelto tras los años de pausa: entrando y saliendo a deshoras y oliendo a alcohol y perfume barato ajeno. Apenas prestaba atención a lo que pasaba en casa, y cuando lo hacía era para comenzar una discusión, ya no le importaba con quién pelearse.


Después de que mi madrastra me hubiese masturbado el día anterior, no tuve la oportunidad de hablar con ella. Quería hacerlo, no sabía muy bien qué significaba todo eso. Sin embargo, mi padre había decidido ese día pasarse el día en casa, durmiendo y viendo la televisión.


— Es mi día libre, no me toquéis los cojones —nos ordenó.


Ese día, cada mirada que mantenía con mi madrastra estaba cargada de electricidad estática. Cada roce descuidado de nuestra piel parecía una chispa a punto de generar un incendio.


Natalia preparó arepas para comer y ese fue el punto de partida de otra discusión.


— Estoy harto de esta comida de mierda —zarandeó el plato.


La respuesta de la inflamable Natalia no se hizo esperar.


— Pues si no le gusta mi comida, ándese usted con sus zorras para que le cocinen algo rico, ¡maldito gonorrea!


— ¡Esta es mi casa y no voy a dejar que me hables así! —su puño cerrado golpeó la mesa, levantando los platos y cubiertos que había en ella.


Noté cómo ella se contuvo en contestar. La rabia en sus ojos la delataba, pero por alguna razón no quería seguir discutiendo.


Yo trataba, a duras penas, de comer con las manos vendadas pero mi torpeza y mis vendas hacían que se me cayese la comida.


— El inútil este no sabe ni comer ahora… —susurró por lo bajo.


— ¡Ya está bien Eusebio! —Natalia lanzó un grito mientras se levantaba en tono amenazante— está bien de meterse con su hijo. Danielito es mucho más hombre que usted!


— Daniel es un inútil. Como tú. ¡Estoy harto de malgastar mi dinero con vosotros! ¡Harto de pagar para que viváis a cuerpo de rey!


— Será….


Natalia no pudo terminar su frase, mi padre se levantó enfurecido y dejó tras de sí el estruendo de la puerta que golpeó con todas sus fuerzas.


Me quedé paralizado. La situación se desbordó en apenas unos segundos. Mi padre se largó y no volvió hasta el anochecer, borracho, y mi madrastra se quedó llorando desconsolada.


— No puedo más —susurró de pronto, como si esas palabras llevasen años prisioneras en su cabeza.


— ¿Qué ocurre?


— Tu papá… —dijo con un suspiro entrecortado—. Hace años que me está engañando, Daniel.


Sus palabras me dejaron sin aire. Sabía que mi padre era un desastre, pero oírselo decir a ella… me quebró verla así.


— ¿Cómo…cómo lo sabes? —pregunté sin apartar la mirada.


— No soy estúpida. Las noches que llega oliendo a otras mujeres, las llamadas a escondidas, los recibos de hotel que he encontrado en su ropa…—apretó los labios, con rabia.


En sus ojos había resignación, cansancio. Mi pecho se encogió, no por la certeza de su hallazgo, si no por ver el peso que ella había estado soportando todo este tiempo.


— ¿Por eso ayer hicimos eso? —pregunté inocente.


— Ayer necesitabas ayuda, y te la di. ¡Mira cómo tienes las manos mijo!


— Ayer me masturbaste…


— ¿Y qué hay de malo? ¿Acaso tú podías hacerlo solo? —se encogió de hombros, quitando importancia al asunto.


El aire se enturbió con mi pregunta. No sabía si ella esquivaba el tema porque no quería pensar en eso, si lo evitaba porque se avergonzaba… estaba confuso.


Sabía que lo que había hecho con ella estaba mal, pero a ella no se lo parecía, además, la situación había cambiado ahora que sabía que mi padre la engañaba. Algo dentro de mí dejó de sentirse culpable. ¿Por qué me iba a importar lo que él pensara? Ese hombre nunca me trató con cariño, siempre fui “el inútil” para él.


Miré a mi madrastra, intentando entender qué pasaba por su cabeza, pero en sus ojos negros solo atisbaba un huracán de emociones: rabia, tristeza, ¿amor?...


— ¿Te duele? —soltó de repente.


— ¿El qué?


— ¡Las manos, mi amor! ¿qué va a ser?


— Un poco… pero voy mejorando… —hice una pausa— …¿a ti te duele?


— ¿El qué? —respondió sorprendida.


— Que te engañe mi padre…


Hizo una pausa, parpadeó, cerró los ojos unos segundos para abrirlos para contestar.


— Al principio sí me dolió —admitió. No porque lo amara, el amor creo que se fue hace tiempo… me dolió porque me usara. Que solo fuera su capricho. Algo de lo que deshacerse cuando ya no te hace falta…


— Yo nunca… —empecé a decir, por inercia.


— Lo sé Danielito… tú me miras de otro modo —respondió suavemente.


Se acercó a mi. Podía oler su aliento, el coco y vainilla de su pelo… mi corazón martilleaba mi pecho.


— ¡Me la paso chévere contigo! —un sonoro “muac” vino tras su beso en mi mejilla.


Fue un simple gesto, pero me avivó por completo. No pude contenerme, esta vez fui yo quien la besó.


Fue un beso torpe. Ella sonrió contra mis labios y me guio con ternura. Cuando separamos nuestras bocas, apenas podía respirar.


— ¿Te ha gustado…? —pregunté, avergonzado.


— Ha sido perfecto, mi niño… —rió, acariciando mi pelo.


Me retiré a mi habitación esa tarde, y la pasé tumbado pensando en lo que sentía.


Deseo. Culpa. Odio.


Eso sentía. Todo se mezclaba y ardía en mi pecho, como un incendio incontrolable y salvaje, avivado por el huracán Natalia.


Deseaba a Natalia. No solo era hermosa y me excitaba, también sentía algo profundo por ella.


Me culpaba. Porque era la esposa de mi padre. Mi madrastra. Aunque él la engañase, el hecho de que yo la desease me hacía sentir sucio.


Y odiaba. Odiaba a mi padre, no solo por lo que me hacía a mí. Ahora también por cómo estaba tratando a Natalia.


— Danielito… —el susurro de Natalia a través de la puerta entreabierta me interrumpió.


— ¿Sí? —pregunté incorporándome en la cama.


Por la rendija de la puerta asomaron dos cucuruchos de helado.


— ¿Un heladito amor?


Con su camiseta ancha hasta el muslo, se sentó a mi lado en el borde de la cama. Nos comimos el helado entre risas, bromeando, olvidándonos de todo lo que nos sucedía, de todos los problemas.


Sin darme cuenta, me besó. De nuevo, de imprevisto. No la vi venir.


— Daniel… —susurró.


— ¿Qué estamos haciendo? —pregunté, sin querer saber la respuesta— Esto… no está bien…


Ella me miró, en sus ojos oscuros había algo que no pude descifrar.


— ¿Por qué soy su esposa?


Asentí.


— Él no me ve como su esposa, hace mucho que dejó de hacerlo… si es que alguna vez lo hizo —suspiró, pasándose la mano por el cabello.


— Pero él… él nos mantiene… paga mis estudios…— mi voz tembló, con miedo a que mis palabras la hiciesen frenarse.


La ternura de su mirada dio paso a sus palabras indignadas.


— ¿De verdad crees eso? Tu padre no ha gastado un duro en ti desde hace años.


— ¿Entonces… quien…?


— Yo, mi amor. Quien mantiene la casa y paga tus estudios he sido yo. Todo lo que él gana va directo a alcohol y mujeres.


La realidad me estalló en la cara. El hombre que nunca me dejó sentirme digno, no había hecho nada por mí… Mi educación, mis oportunidades… era Natalia…


— ¿Por qué? ¿Por qué lo has hecho?


— Porque me importas, Daniel. —dijo firme—. Mereces llegar lejos.


La abracé. Ella hundió su cara en mi cuello. No sé cuanto tiempo estuvimos así, solo que, al separarnos, algo había cambiado.


La miré y lo noté, vi lo mismo en sus ojos: deseo salvaje.


Mis labios buscaron los suyos. Esta vez no fue torpe, fue un beso hambriento, voraz. Sus manos se posaron en mi pecho y las mías, aún con las vendas, rozaron sus caderas.


— ¿Estás seguro, mi niño? —susurró contra mi boca, con la respiración agitada.


— Nunca he estado más seguro —dije sin titubear.


Y allí, sentados en el borde de mi cama, ella se quitó la camiseta larga que llevaba para quedarse con la lencería negra de encaje que guardaba sus secretos más excitantes.


Nuestros labios estaban enredados, nuestras lenguas se buscaban, mientras ella me ayudaba a desvestirme. Sacó mi camiseta por la cabeza, se entretuvo acariciando con brío mi pelo negro, entrelazando mi corto pelo entre sus dedos.


Con la poca habilidad que me permitían los dedos descubiertos asomando por las vendas, bajé sus bragas que hacían presión en sus fuertes y morenos muslos.


Ella me tumbó en la cama y, tumbado, me quitó los pantalones que salieron a la vez que mi ropa interior. Me pidió que me colocase en el centro de la cama.


Y ahí me quedé, igual que el día anterior. Solo que esta vez, ella solo tenía su sujetador negro como vestimenta. Sentada encima de mí, con mi pene a media erección, irguió su cadera.


Coloqué la almohada doblada bajo mi costado. Observé con curiosidad y ardor su vagina. Una capa de vello púbico fuerte, rizado, coronaba su pubis, perfectamente depilado hacia las ingles. Sus labios mayores eran grandes, formaban un arco alrededor de la apertura. Cuando rozó mi polla entre ellos sentí una oleada de calor proveniente de su húmeda piel, suaves. Un movimiento lento y sensual los hacía recorrer mi miembro.


Con el vaivén de su cadera fui sintiendo un poco más su interior, su entrada a la vagina, caliente.


Ella continuó agarrando mi polla, ya del todo preparada para ella, contra sus generosos labios vaginales mientras su otra mano excitaba su clítoris, bailando con su cadera encima de mí y gimiendo.


— ¿Te gusta así, mi amor, ummmm?


— Me encanta, Natalia…Mm


— Ahora me la voy a meter…


Indicando con su mano el destino, llevó mi pene al agujero de entrada, alzando su cadera para situarla y bajar muy despacio, solo hasta la mitad.


— Ahh… — gemí.


— ¿Te duele? Es normal al principio, lo voy a hacer despacio para que disfrutes, amor.


Se la sacó y, llevándose la mano que había humedecido en su boca, humedeció la punta para volver a entrar en ella.


— ¿Mejor? —dijo mientras bajaba, esta vez del todo hasta sentir sus nalgas en mis piernas.


— Mucho mejor.


Se inclinó hacia mí para besarme, rozando con suavidad su pelvis contra la mía, con nuestro vello púbico frotándose.


Cogió mi mano e hizo que con mis dedos bajase el sujetador, dejando libres sus pechos. Se acercó aún más y me puso el pezón en la boca. Me incliné y los lamí, saboreándolos.


— ¡Muérdelo!


Así lo hice, clavé mis dientes en su duro pezón, para volver a lamer la areola y sentir los bultitos que emergían de ellas.


— Ahora, Danielito, ¡voy a darte duro! Prefiero sentirte sin preservativo, ¿Crees que podrás avisarme cuando vayas a correrte?


— ¡Lo intento!


Se inclinó hacia atrás, sus pies estaban a la altura de mis rodillas y por debajo de ellas puso sus manos para comenzar el ritmo encima de mí.


— ¡Toca mi clítoris, Daniel!


Seguí su instrucción frotando mi pulgar en su centro del placer y ella prosiguió con su meneo.


— ¡Qué rico papito!


Sus pechos ondulaban con sus movimientos, parecían flotar en su pecho como barcos en medio del oleaje. Hipnotizante.


Se inclinó hacia mí, cambiando el tempo.


— Voy a terminar, amor… —me dijo.


¿La mala noticia?


— Yo también, Natalia… estoy a….


— Shh… —me tapó la boca con un dedo y continuó.


Mirándome con ese brillo en sus ojos, llevó mis manos vendadas a sus caderas y, con determinación, empujó hacia abajo para restregar bien su vagina.


— Ohhh — gemía extasiada— me estoy corriendo…. ME ESTOY CORRIENDO DANIELITOOOO


Gritó mi nombre varias veces mientras terminaba su orgasmo.


— ¡¡¡Yo también… voy a correrme…!!!


Lo que debería haber sido la señal para salirse, en su lugar decidió darme más placer, pegando su pecho contra el mío y jugando con su cadera para hacer que mi polla saliese y entrase en ella con energía.


No pude contenerme… sentí cómo mi polla se agrandaba en su interior para vaciar. Sentí cómo el semen recorría la base hasta liberarse y mojar aún más su interior.


— ¡¡¡NATALIAAAAA!!!


Ella continuó haciendo movimientos de batidora encima de mí… hasta que toda mi corrida se depositó en su vagina.


Me acarició la cara, mirándome con amor, me besó. Durante unos minutos estuve todavía dentro de ella, dándonos caricias.


Al salir, con mi pene ya flácido, un chorro de semen salió de su vagina, bajando por mi pene y desembocando en mi pubis.


Se tumbó a mi lado y, liberados de nuestro deseo, me lo dijo:


— Voy a dejar a tu padre.



Continuará…

_

Déjame tu comentario y dime qué es lo que te ha gustado!!

Comentarios

  1. Me encanta seguir la historia. Recordar la ya lejana juventud

    ResponderEliminar

Publicar un comentario