GABRIEL
Fue hacia final de año cuando los nuevos vecinos se mudaron al piso de al lado. Yo vivía con mis padres en un barrio tranquilo a las afueras de Barcelona. Un edificio antiguo, escaleras de mármol, pasamanos de madera desgastados… pero bien conservado.
La primera vez que los vi fue subiendo cajas y cajas de enseres personales por las escaleras. No teníamos ascensor en el edificio. Habían aparcado un viejo Seat Ibiza en la entrada y lo estaban vaciando.
Lucas tendría en ese momento unos 39 años. Era más bien bajito, no debía medir más del metro sesenta y seis. Con una panza incipiente pero dura. Se notaban las horas de gimnasio. Llevaba siempre el pelo castaño muy corto y peinado de lado.
Virginia, por su parte, tenía 34 años. Melena larga morena al viento, nariz redonda que hacía conjunto con sus ojos marrones y pómulos resaltados. Tenía una expresión de niña buena en su cara. Era un poco más alta que su pareja y se conservaba muy bien. No tenía exceso de peso, pero tampoco estaba delgada, complexión normal. Buen culo redondo que siempre llevaba embutido en vaqueros o mallas ajustadas, y un busto firme tirando a grande que llamaba mucho la atención. Era una mujer muy sexy, no solo en lo físico sino también en su actitud. Rebosaba confianza y naturalidad.
Las primeras semanas de su estancia en el tercero C se resumían en continuas obras durante el día. No paraban de salir obreros de la casa con escombros de azulejos, mármoles, muebles viejos e incluso una vieja bañera vi salir. Pronto descubrí que habían instalado un mini jacuzzi (lo vi subir a los trabajadores por la escalera).
Mi habitación daba justo pared con pared con la suya. ¿Cómo lo sé? Fácil: pasadas las semanas el silencio nocturno de los primeros días tornó en golpes del cabecero de su cama contra mi pared, jadeos de él y gritos de placer de ella. Se pasaron varias semanas follando casi a diario, pero no era un sexo suave, yo lo sentía. Parecía que estuviesen grabando porno noche tras noche. Golpes y más golpes, ella jadeando, gimiendo y gritando de placer. Estoy seguro de que todo el edificio los escuchaba.
Yo tenía 18 años y mis hormonas estaban alteradas. Anhelaba perder mi virginidad con una mujer pronto (en mi clase de segundo de Bachillerato ya lo había intentado alguna vez, siempre rechazado) y los gemidos, no, gritos de Virginia me la ponían dura. Las primeras noches me masturbaba en silencio escuchándolos, pero con el tiempo, y sobre todo cuando no estaban mis padres, dejaba rienda suelta a mi placer y gritaba también del otro lado de la pared de placer mientras zarandeaba mi polla. Muchas veces me corrí al mismo tiempo que Virginia.
VIRGINIA
Lucas y no nos mudamos a final de año a las afueras de Barcelona. Tardamos varios días en mover todas nuestras cosas desde el centro de la ciudad, en donde dejamos el piso de alquiler para comprar uno y construir un hogar.
Era un viejo piso bastante amplio que reformamos durante las primeras semanas. Cambiamos todos los azulejos y suelos baños y cocina. Cambiamos la bañera roñosa por un mini jacuzzi (siempre había sido mi ilusión tener uno en el baño). Las primeras noches dormimos como lirones después de pasarnos el día trabajando y seguir con la reforma de la casa al llegar.
Lucas trabajaba de comercial, hacía varios viajes a la semana y yo era administrativa en una asesoría fiscal.
Una vez tuvimos el piso a nuestro gusto, y ya finalizadas las primeras semanas pudimos comenzar a descansar. Bueno, casi. Nuestro deseo era tener familia pronto y nos pusimos al lío. No voy a negar que me encanta el sexo, asique follar cada noche hasta que Lucas terminase con sus flujos dentro de mí me ponía muy cachonda. No me contenía durante el sexo y daba rienda a mis placeres, gritaba descosida hasta recibir la ansiada carga dentro de mí.
A las pocas semanas descubrí que nuestro dormitorio era contiguo al de los vecinos. ¿Cómo?: percibí que el adolescente que vivía en el piso de al lado se masturbaba mientras nosotros follábamos, a veces le escuchaba gemir mientras se la cascaba. Gabriel era un chico más bien alto, casi metro ochenta, siempre llevaba el pelo repeinado hacia atrás en media melenita. Estaba fuerte, a su edad se hace mucho ejercicio y no se ganan quilos fácilmente. En su cara quedaban leves rastros de un acné que estoy segura le había acompañado una buena temporada.
A las pocas semanas, tras varios vómitos y malestar me acerqué a mi ginecólogo y confirmó lo que tanto deseábamos. ¡¡Estaba embarazada!!
GABRIEL
A las pocas semanas el sexo duro paró. Llegó el invierno y apenas los veía. Imagino que durante el día trabajaban y llegaban tarde a casa. Sabía que estaban ahí porque se escuchaban discusiones, portazos, objetos que se caían… Un par de meses después solamente me cruzaba a Virginia, dejé de ver a Lucas, a ella se le comenzaba a notar una prominente barriga que aumentaba semana tras semana. Tanto sexo seguido… ahí estaba el resultado.
Llegó un invierno fuerte, mucho frío y yo me dediqué a intentar acabar segundo de Bachillerato, sin éxito. Llegó junio y, al finalizar las clases, recibir las notas con la consiguiente bronca de mis padres, me tuve que dedicar a estudiar para las recuperaciones de septiembre.
VIRGINIA
A las pocas semanas de haberme preñado, Lucas comenzó a mostrar indiferencia hacia mí. Ya no quería tener sexo, no me tocaba, su carácter se había tornado arisco conmigo, discutíamos más, nos pasábamos días sin hablarnos… yo estaba cada vez más triste. Entre los cambios hormonales y su actitud me estaba hundiendo. Y lo que descubrí tampoco me ayudó: paseando por la ciudad descubrí a Lucas morreando con una rubia en un bar. Estaba paseando al lado y los vi al fondo: era su compañera de trabajo.
Según llegó a casa, le coloqué las maletas en la puerta. No le importó mucho irse. Desapareció de la faz de la tierra y no mostró jamás nunca interés por nuestro futuro bebé, Miriam se llamaría.
GABRIEL
Si casi me había congelado en invierno, el verano atizó hasta casi derretirme. El aire era abrasador y lo único que me aliviaba un poco era el ventilador que tenía funcionando veinticuatro horas en mi cuarto. A finales de junio me pasaba el día en mi habitación haciendo tres cosas todos los días: jugar a la videoconsola, estudiar y hacerme pajas. No siempre en ese orden.
Mi escritorio estaba lleno de libros que trataba de meter en mi cabeza, pero el calor me dificultaba la tarea. Por las calles desiertas circulaba de vez en cuando algún coche que me distraía.
Mi atuendo de casa eran unas sandalias y un pantalón corto fresco. No se me ocurría ponerme camisetas ni nada por el estilo, solamente pensarlo comenzaba a sudar.
Mis padres estaban fuera de casa durante el día trabajando, por lo que andaba a mis anchas por casa.
Una tarde en la que estaba con mi rutina, sonó el timbre. Al abrir allí estaba Virginia, hacía semanas que no nos cruzábamos. Llevaba puesta, a modo de vestido, una camiseta ancha y larga que cubría hasta sus muslos, al ser blanca transparentaba un poco y dejaba vislumbrar unas bragas negras debajo. La camiseta/vestido se ceñía a su ya enorme barriga de embarazada de siete meses. Tenía el pelo recogido en un moño que se había hecho como pudo, del que asomaban mechones de pelo. Estaba empapada en sudor. Me fijé en sus pechos a través del tejido, habían crecido bastante y se posaban por encima de su barriga.
Tras unos segundos en los que me quedé ensimismado mirándola, habló:
- Hola Gabriel, estoy un poco agobiada con el calor. El otro día me crucé a tu madre y me dijo que se te dan bien los aparatos electrónicos, ¿Podría abusar de tu confianza y pedirte que revises mi ventilador, por favor? Este calor me va a matar.
VIRGINIA
Fue una tarde que no pude más soportar el calor cuando decidí pedir ayuda a mi vecino Gabriel. Al llamar a su puerta me abrió con el torso descubierto, varias gotas de sudor caían por su pecho. No mentiría si digo que me excitó un poco. Llevaba meses sin sexo y un jovenzuelo como él, fuerte y alto me ponía.
Aceptó ayudarme y lo llevé a mi casa. Encima de la mesa del salón se puso a desmontar mi ventilador y tras un buen rato lo volvió a montar y lo accionó.
- ¡Y aquí está! – las aspas comenzaron a girar- Tenía una conexión rota. La he vuelto a reparar y unir. No debería darte más problemas.
- ¡Qué bien Gabriel! De verdad, me salvas la vida. Por favor, acéptame un refresco con hielo y tómatelo tranquilo aquí conmigo.
Accedió sin dudar.
El salón de casa estaba en el centro del piso, las amplias ventanas que daban hacia la calle estaban cerradas y las persianas casi hasta el fondo cerradas para que no entrase luz ni mucho menos calor, bajo ellas estaba el sofá de tela beige de polipiel suave al tacto; una mesa grande en el centro que combinaba su madera oscura de roble con la alta estantería repleta de libros que estaba pegada a la pared. A la izquierda del salón tenía el amplio baño con mi querido jacuzzi, enfrente la cocina y del lado derecho del salón mi habitación que pegaba con la de Gabriel.
En esa penumbra, resguardados del calor con el ventilador apuntando, comenzamos a charlar de nuestras vidas. Me sentía a gusto con él y terminé contándole lo de Lucas.
- Vaya Virginia, lo siento mucho. Me resultaba extraño no verle… menudo cabrón, te preña y se pira con otra.
- Es mejor así. Hubiera sido mucho peor si no los llego a descubrir. ¡Imagina criar a una hija con un padre adúltero con doble vida! Seré una madre soltera e independiente. Lo tengo claro.
Me tomé unos tragos de refresco y se me derramó un poco de agua en el pecho, a través de mi camiseta se marcaron aún más mis tetas. El textil se me pegó y las dejó en relieve. Mientras trataba de secarme vi de reojo que el joven no me quitaba ojo. Juraría que se estaba empalmando. La situación comenzó a excitarme.
Durante los siguientes días fuimos estrechando nuestra amistad y cada tarde tomábamos algo juntos en mi casa. Yo le contaba mis historias, mi pasado con Lucas y otros experimentos fallidos, mis planes de crear mi propio negocio fiscal y no depender de nadie y él los suyos: le apasionaban los cacharros electrónicos, quería ir a la universidad y estudiar sobre el tema, quería tener novia, quería un gran coche deportivo… Empezábamos a compenetrarnos muy bien.
GABRIEL
Me sentía muy a gusto con Virginia. Tanto que una de las muchas tardes que nos parábamos a charlar en su casa me atreví a confesarle mi situación:
- Sí, soy virgen Virginia. He intentado ligar con alguna chica de mi clase pero no hay forma, quitando algún que otro beso… nada de nada. A las chicas les gustan tipos como Santi, que juega al futbol, tipos como Mario, que tiene una moto, tipos como Manu, que fuma porros y es un malote….
- A las chicas nos gustan los malotes al principio. Pero al final, queremos a alguien como tú, sensible.
Lo de ser virgen pronto lo solucionarás, a tu edad no te faltarán oportunidades.
- Eso espero. Y espero también no cagarla, hasta hace poco pensaba que el agujero que tenéis de mear y el de follar es el mismo.
Virginia sonrió, (no con burla, notaba cariño por su parte) ante mi desconocimiento e inocencia.
- ¿Sabes que te he escuchado alguna vez masturbarte mientras yo follaba con Lucas?
- Yo te escuchaba follar con él. – le dije sonrojado.
En un acto totalmente inesperado para mí, se quitó las bragas negras que llevaba (de algodón y grandes, de embarazada). Se subió la camiseta encima de su barriga y, sentada en el sofá se abrió las piernas.
- Acércate, Gabriel. Te voy a enseñar. Vas a aprender cómo satisfacer el cuerpo de una mujer para que no te pille por sorpresa y ganes confianza.
Me coloqué de rodillas como ella me indicaba y me quedé mirando su coño, tenía bastante vello en la zona, pero para mí era hermoso. El primer coño que veían mis ojos en directo.
- Ahora tengo esta zona un poco descuidada, con esta enorme barriga no puedo ni depilarme. Discúlpame.
Te voy a dar una clase práctica de anatomía.
Puse mis manos en sus rodillas para ver bien, ella se incorporó un poco para agarrar mi cabeza y dejarla a pocos centímetros de su vagina.
- Esta zona que ves aquí con tanto vello púbico en mi pubis, se llama Monte de Venus. – agarró mi mano y la puso encima - ¿Notas lo blandita y mullida que está?
Yo lo estaba sintiendo perfectamente. Acariciaba su Monte de Venus con mis dedos, suave y lentamente.
- Sí, lo noto. Me gusta.
Notaba también mi polla, que estaba a medio camino de una erección completa y no tenía pinta de parar.
- Para una buena excitación antes de follar, puedes estimular bien esta zona. Un poco más abajo verás un diminuto bultito ¿Lo ves?
- ¡Si!
- Es el clítoris, se irá haciendo un poco más grande según aumente la excitación.
Así estaba ocurriendo.
- Debes acariciarlo lenta y suavemente al principio – continuó. Pero antes fíjate bien en toda mi rajita, ¿Ves cómo sobresalen mis labios mayores?
- Los veo – pasé mis dedos a través de ellos, tienen un tono más oscuro en su borde.
- Usa tus dos manos, ¡ábrelos!
Seguí sus órdenes y descubrí una zona rosada con distintos tonos, clara y brillante en su interior.
- Ese diminuto agujerito es por dónde hacemos nuestras necesidades, la uretra. Y un poco más abajo tienes la abertura de la vagina rodeada por los labios menores, es ahí donde debes meter tu polla cuando llegue la ocasión.
Según me enseñaba la zona, mis dedos continuaban masajeando cada parte que ella me indicaba. En su coño comenzaba a brotar un líquido húmedo y caliente, el fuego en su interior se estaba avivando.
- Para hacer gritar de placer a una mujer, debes saber emplear bien tu lengua. Tu lengua debe conocer al dedillo las partes del coño y masajearlos, lamerlos, morderlos si es necesario, saber qué zona nos excita más… hasta que la mujer llegue al orgasmo. ¿Quieres probar?
No contesté, al segundo de hacer la pregunta ya había puesto mi lengua en su coño. Estaba salado, me gustaba. En mis pantalones cortos de deporte ya anunciaba su presencia mi polla completamente erecta. Ella me iba guiando con su voz y yo obedecía. Comencé lamiendo los bordes de sus labios mayores, dejé caer un poco de saliva que se escurrió por toda su raja desde el inicio del clítoris.
Ella comenzaba a mover su cadera acercándola a mi cara, con la mano en mi cabeza.
Me entretuve bordeando su clítoris, notaba cómo se endurecía aún más.
- ¡Muérdelo suavemente!
Así lo hice.
- ¡Así Gabriel! ¡Así! ¡Eres un buen alumno! – gemía.
Continué de nuevo con mi lengua repasando sus labios mayores, algún que otro vello rizado y duro me entorpecía y tenía que apartarlo con mis dedos, para introducirla poco a poco cerca de la abertura. Ahí dibujé un par de círculos hasta que, poniéndola dura, la metí varias veces dentro, mi nariz estaba rozando su clítoris ahora respirando de sus jugos.
- ¡Los estás haciendo muy bien chico! Estoy muy húmeda y estimulada. ¡Sigue así y conseguirás que me corra!
Regresé con mi lengua a su clítoris para, haciendo músculo con ella, darle lametazos de arriba hacia abajo.
- ¡Sigue Gabriel! – me agarró con fuerza el pelo.
Cambié la dirección de mi lengua varias veces, de izquierda a derecha, de arriba abajo, círculos a la derecha, círculos en dirección contraria.
- ¡No pares! Gabriel! ¡No pares!
Intensifiqué la velocidad de mis movimientos.
- ¡Sí Gabriel! ¡Sí! ¡Oh sí! ¡Sí! ¡¡¡Ohhhh!!! ¡¡Ummmm!! ¡Me estoy corriendo! – agarró con más fuerza aún mi pelo y empujó mi cabeza presionando contra su coño.
Arrimaba con su cadera su coño. yo abrí completamente mi boca para dar un enorme lametazo desde la zona más baja hasta su clítoris. Cerré mis labios y succioné el bulto mientras ella aún sollozaba de gusto.
- ¡Lo has hecho muy bien! ¡Ya sabes cómo comer un coño! Espero que tus ligues me lo agradezcan – Sonríe con lujuria.
Pero falta una cosa. ¿Cómo dirías que termina bien el sexo?
- Consiguiendo que te corras, ¿no?
- Eso es importante. Pero para que sea placentero, ambos deben correrse. Veo que tu polla hace rato que está pidiendo ayuda. Vamos a prestársela.
Se tumbó en el borde del sofá dejando su pubis en alto apoyado en el reposabrazos. Se colocó un cojín debajo para no encorvarse. Yo me puse de pie enfrente de ella.
- ¡Sácala!
Bajé el elástico del pantalón y lo coloqué bajo mis testículos.
- Tienes una buena polla. Está muy excitada, esas venas laterales te delatan. Diría que andas por los dieciocho centímetros, ¿me equivoco?
- Sí, dieciocho. – no se equivocaba, me la había medido varias veces.
- ¡Qué ojo tengo! A muchas mujeres nos excita ver cómo os masturbáis mirándonos. Vamos a probarlo: empieza descapullándola: baja el prepucio hasta que tu glande quede completamente descubierto.
Así lo hice, me dolía un poco.
- Me tira un poco. – le dije.
- Es normal, la piel de tu polla no está acostumbrada, con el tiempo y el uso irá más fluida.
Al igual que toda esa tarde, continué haciendo lo que ella me enseñaba. Acerqué mi polla a su coño y lo refroté bien introduciendo solo la punta, jugando con ella con movimientos verticales.
- Con esto que haces, estás lubricando tu polla con mis fluidos. Ahora te resultará más fácil tocarte.
Con la punta de mi miembro rozando su coño, comencé a agitar mi mano a lo largo de mi polla lentamente.
Ella levantó la camiseta que aún seguía tapando sus pechos y dejó el derecho descubierto. Se caía hacia el lateral por la postura que tenía, era grande, su mano no conseguía abarcarlo del todo y se notaba que había aumentado de tamaño el los últimos meses, unas pequeñas estrías emergían cerca del escote. La aureola se expandía varios centímetros en un tono rosado oscuro y la coronaba un duro y gran pezón, grande como el botón de un abrigo de invierno. Comenzó a acariciar toda su teta, recreándose en el pezón.
- ¿Te excita verme? – clavaba su mirada en mis ojos.
- Mucho Virginia, mucho – continuaba masturbándome lentamente.
- Ahora debes aumentar el ritmo, solo un poco. Usa solo tu índice y pulgar, asegúrate de que suben y bajan por todo el tronco hasta la punta. – se mordía el labio inferior.
Así lo hice. Recorriendo toda mi polla con los dos dedos. Notaba que pronto me correría. La situación ayudaba a llegar al éxtasis.
- Veo en tu cara que la corrida está al salir. Termina dándole duro, vuelve a agarrarla con toda la mano, aprieta, sobre todo cuando llegues a la punta. Recuerda cómo te excitabas y te la machacabas cuando me escuchabas gritar mientras follaba en mi habitación.
Así lo hice. Aceleré el ritmo, más rápido, más fuerte, más presión, más duro, arriba y abajo, apretando más y más la punta.
- ¡Córrete! ¡Córrete en mi Monte de Venus, apunta! – grita mientras señala con su mano izquierda el punto exacto donde quiere la leche. La derecha continúa pellizcando el pezón.
Su orden fue cumplida por los dos: mi polla se encargó de iniciar la descarga de semen y yo apunté, como pude.
- ¡¡VIRGINIAAAA!! – grité mientras:
o Primero un gran chorro cayó en su pubis. Espeso.
o La segunda acometida no fue tan precisa y disparó directa a su clítoris.
o La tercera en toda su raja, más bien líquida y transparente con tinciones blanquecinas. Bajaba por toda la raja hasta su ano.
Virginia se me quedó mirando satisfecha.
- Mañana continuaremos las clases, si te parece bien.
- Por supuesto – asentí.

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