Navidad en familia. El brindis. [Parte 2]

 


Un brindis, semental

El restaurante El Banquete está a pocos kilómetros de la casa de Don Darío. Mi suegro había reservado mesa para los seis comensales con varios meses de antelación, las fechas navideñas son complicadas para encontrar sitio. Sobre todo, si el restaurante en cuestión tiene poco aforo, solamente cuatro grandes mesas cabían para las celebraciones.

El salón estaba adornado con distintos motivos navideños: un gran árbol en la esquina destacaba con las esferas plateadas y rojas, varias luces que parpadeaban al son del hilo musical (bajito, pero repetía los mismos villancicos en bucle). De las ventanas colgaban varias luces, guirnaldas y que creaban una cálida atmósfera de las fiestas. En medio había una chimenea a la que Miguel, el dueño, iba echando leña antes de que se apagase. A un lado, estaban los baños (separados para hombres y mujeres).

La mesa en la que nos sentamos tenía un enorme mantel rojo brillante, muy llamativo, velas en el centro y la vajilla estaba decorada para la ocasión. No faltaban los renos, papa Noel y demás en el gravado de los platos. Las copas de vino eran completamente opacas, adornadas con diseños navideños. El cáliz, en lugar de transparente, tenía un color mate porcelana con finos detalles (estrellas, laureles, renos…). Se notaba que Don Darío había encargado lo mejor para la reunión familiar.

Me sentía mal por el pobre hombre, no sabía el descalabro que estaba sufriendo toda su familia. Camila y Francisco nos estaban engañando a Belén y a mí. La noche anterior, cuando ocurrió mi affaire con Belén, no me sentí mal. Por una vez había recordado lo que es la pasión, el sentirse deseado.

Mi relación con Camila había empeorado en los últimos meses. Como toda buena pareja, el deseo, la admiración del principio nos invadió. Pensamos que seríamos imparables, pero no fue así. Como muchas parejas, el camino comenzó a ponerse cuesta arriba.

Al abrir mi propio negocio, las deudas comenzaron a perseguirme, mi tiempo comenzó a escasear y los caprichos con los que tenía contenta a Camila terminaron. Ya no había cenas en restaurantes caros, ni viajes al extranjero en hoteles de cinco estrellas, ni regalos caros… todo eso fue el inicio de nuestro fin. Yo no supe verlo.

Puede ser que Camila viese en Francisco lo opuesto a mí, ese aire de triunfador quizá la envolvió, igual los lujos de los que presumía. No lo sé. Lo que sé es que ambos nos habían traicionado.

Don Darío se sentó en la presidencia de la mesa, a cada lado sus hijas (Belén a su izquierda. A su derecha Camila y al lado de estas, nosotros, sus correspondientes “parejas” (oficiales). A mi lado decidió sentarse Marina, la hija de Francisco y Belén.

· Yo a tu lado, tío – me guiñó un ojo mientras se apresuraba a sentarse con una sonrisa pícara.

No sirvieron unas copas de cava y Don Darío se levantó, copa en alto:

· Quiero daros las gracias por venir a visitar a este viejo. ¡Estoy muy contento de veros a todos aquí! Quiero brindar porque esta familia siga unida, y por vuestros éxitos.

Belén y yo nos miramos, serios, mientras de reojo veíamos cómo Camila y Francisco emitían una leve sonrisa contenida entre ellos. Había acordado con mi cuñada que nada de lo que sabíamos saldría a la luz, al menos hasta volver a nuestras vidas. Lo que no pudimos fue resistir el deseo y el fuego que se había prendido la noche anterior. Las miradas entre nosotros eran más cómplices, lujuriosas. Queríamos repetir la Nochebuena y llegar más allá. Sentir nuestro calor, avivar aún más el fuego. Una situación así nos habría invadido en la culpa, pero no era el caso. Estábamos desatándonos y dejando que la venganza arropase nuestra lujuria.

Levantamos las copas y brindamos entre todos. Mantuve mi mirada seria y fija en los ojos de Francisco mientras chocaba su copa con la mía. Su cara reflejaba la burla constante hacia mí.

Marina se mostraba especialmente interesada en charlar conmigo durante la comida.

· ¿Y tú solo levantas los coches en tu taller? Estás muy fuerte – preguntaba tocándome el brazo.

· Jajaja, no sobrinita. Tengo máquinas que hacen ese trabajo por mí. ¡No estoy tan fuerte!

· Es lo que tienen esos trabajos hija – se metía en la conversación “bigotito” Francisco – Acabas lleno de mierda, aceite, con frío… Tú tienes que hacer lo que tu padre te ha dicho. Sacarte una buena carrera, dejarte de tanta juerga y ser una mujer de negocios como tu papi.

· Sí papá… - respondía Marina en tono de burla – ya sabemos que tú eres el mejor. – me dio un golpe con el codo.

Nos trajeron el plato principal a la mesa: cordero asado al horno con patatas panaderas. La especialidad de la casa. La fama del plato estrella estaba bien ganada. Riquísimo con ligeros toques a romero, laurel y ajo. Sentía cómo mi sobrina política no paraba de mirarme mientras degustaba la carne. Yo evitaba fijarme en su escote que, como casi siempre era generoso.

Disfrutamos de la comida mientras Francisco continuaba explicándonos su gran éxito en el trabajo.

· Sabes cuñadito. Hay que ser espabilado.

· Desde luego que tú lo eres – fingí.

· Hay que buscar el negocio, no te va a llamar a la puerta de tu casa – continuó- Por ejemplo, he visto que la compra venta de vehículos sale mucho mejor si los compras en el extranjero. Te ahorras muchos impuestos. ¡Los alemanes sí saben cuidar los coches y los venden a un precio razonable! Compras barato, vendes caro. ¿Y los coches tienen menos problemas de mecánica… aunque eso no es bueno para ti no?

¿Tu taller consigue salvar los gastos?

Hay que ser un semental en los negocios. Montarlos y domarlos en cuanto aparecen.

· Parece que te va de lujo, cuñado – le elogió Camila.

· Sí que está hecho un semental sí… - Belén interrumpió con sorna.

· ¡Deberías estar orgullosa de tu marido hermanita! ¡Parece que siempre vas enfadada con el mundo! ¡Tienes mucha suerte!

· ¿Acaso tú tienes mala suerte, Camila? Es complicado mantener todos tus caprichos, ¿no Leandro?

· ¡Eres idiota Belén! – gritó Camila.

· ¡Haya paz hijas! – Don Darío entró en tono conciliador en la disputa – Siempre os estáis peleando hijas, tenéis que aprender a llevaros bien de una vez por todas…

· Tranquila Camila, menuda lobita salvaje… Belén, ya basta de peleas - se metió de nuevo Francisco entre las hermanas.

Camila esbozó una ligera sonrisa mientras escuchaba su mote.

Al escuchar, otra vez, “lobita salvaje” Belén y yo nos quedamos con el ceño fruncido, en silencio.

Mi teléfono vibró en el bolsillo. Un mensaje. Lo leí

- BELÉN: ¿Hasta cuándo vamos a aguantar sus miraditas? ¿Hasta cuándo vamos a dejar que mi marido siga burlándose de ti?

- LEANDRO: Tendrán su merecido, tiempo al tiempo.

- BELÉN: Otra vez llamándose con sus estúpidos motes entre ellos. ¡Se están riendo de nosotros en nuestra cara!

Nos terminamos el postre, la tarta de manzana en relativa paz. Entre risas, tensiones, más pullas de mi cuñado, los ojos clavados en mí de Miranda…

Nos pedimos unas bebidas para terminar. Camila, Belén y Francisco unos gin-tonics que nos sirvieron en copas de balón, también opacas y decoradas. Yo un tequila del que bebía “para probar” Marina. Don Darío tenía suficiente con su café y un chupito suave.

· A mi edad, las bebidas espirituosas las reservo para vosotros, jajaja. – bromeaba el patriarca.

· Tengo que dejaros unos minutos, estoy un poco indispuesta, voy al servicio – dijo Belén levantándose con el teléfono en la mano.

De camino al baño iba escribiendo un mensaje que me llegó a los pocos segundos:

- BELÉN: Ven. Sígueme.

Eso hice, esperé unos segundos y me excusé también.

El acceso a los baños estaba en un corredor con una puerta de entrada que separaba ambos. Ahí me esperaba Belén que me agarró rápido de la corbata para meterme en el servicio de mujeres.

Cerró con llave.

· Tenemos pocos minutos – me besó – ¡Sácate la polla!

· Pero… ¿Belén? – dije sorprendido.

· No voy a dejar que estos dos sigan riéndose a nuestra costa, vamos a responder – dijo mientras se bajaba rápidamente las bragas y las dejaba encima del mármol en el que estaba el lavabo.

Llevaba un vestido negro largo, de una pieza, que se subió a la altura de la cintura. Ahí pude ver lo que ya sospechaba, a pesar de algún quilo de más tenía una figura envidiable. Pero lo que más me puso a tono fue ver el tatuaje de una flor, una rosa, en su nalga derecha. Se lo había hecho a color, resaltando los pétalos rojos sombreados y el tallo verde con espinas.

Yo desabroché mi cinturón y pantalones, bajándome los boxers dejé mi polla liberada.

Ella se agachó. No había tiempo que perder si queríamos hacerlo rápido y volver sin levantar sospechas. Comenzó a masajearla.

Obtuvo rápido lo que buscaba, pocos segundos hicieron falta para que me pusiese erecto. La imagen de ella agachada, sus ojos viciosos, el vestido por la cintura dejando ver su coño rozando las baldosas del suelo, la fabulosa vista de su escote, fue lo único que necesité para excitarme del todo.

Se la metió un par de veces en su boca, salivando y dejándola bien lubricada, para seguidamente levantarse y colocarse enfrente del espejo en el que estaba el lavabo. Cruzó sus ojos con los míos en el cristal y me indicó el siguiente paso.

· ¡Métela! – susurró ansiosa.

No hacía falta que insistiese. El deseo, follármela a hurtadillas me excitaba. Comencé a metérsela muy despacio. Veía a través del espejo cómo se introducía dentro de su coño mientras mi prepucio se bajaba y mi polla desaparecía en su interior. Ella se quitó las tiras de su vestido por los brazos y se lo bajó, dejando al descubierto su sujetador de encaje rojo. Sin quitárselo, liberó sus enormes pechos de él, sujetando con una mano el sostén y con la otra sacándolos.

Con nuestras miradas cruzándose en el espejo, agarré su pecho izquierdo para que mi mano derecha siguiese el camino de su clítoris. Lentamente se lo acariciaba al ritmo que marcaban las entradas y salidas de mi polla. El pecho que tenía libre, por su parte, botaba y caía a plomo con cada embestida.

· Solo necesito una cosa, Leandro – me dijo con los ojos clavados en los míos a través del espejo.

· Dime – respondí a medida que iniciaba otro empujón.

· Avísame cuando estés a punto. Es muy importante.

· Claro, Belén – aumenté mi intensidad en su clítoris.

La posición no era la perfecta para el coito. Ella estaba ligeramente inclinada y con el mete-saca se me salía la polla de su cauce de vez en cuando. Belén se ocupaba de volver a dirigir su curso bajando su mano, dejándola sentir la base mientras el movimiento vertical continuaba. Aprovechaba para agarrarme los testículos.

Le mordí la oreja, solté mi aliento en su oído para decírselo casi exhalando:

· ¡Estoy a punto Belén! ¡Me voy a correr!

Si esperar más tiempo, ella se giró rápidamente y recuperó la postura inicial. Se agachó y se la metió de nuevo toda dentro. Me la mamó con fuerza, metió su brazo en mi entrepierna para empujar mis nalgas hacia su cara.

No me pude contener.

Me corrí.

- Jodeeerrr Belén…

Ella apretó fuerte sus labios mientras mis espasmos liberaban todo el semen. Los músculos de mi polla se contraían con su boca bien cerrada.

Al terminar se levantó, me mostró la gran cantidad de corrida que le había ofrecido. Cerró los labios y sonrió.

No lo escupió, no se lo tragó. Solo sonreía. No sabía por qué.

Se puso las bragas, se arregló y me señaló la salida.

Fui primero de vuelta a la mesa, en donde Camila continuaba riéndole las gracias a su cuñado mientras Marina no apartaba la vista de su móvil.

A los pocos segundos apareció Belén, bien arreglada, nadie diría que acababa de follar, y cogió la copa de gin-tonic de su marido. Simuló beber. Pero en realidad lo que hizo fue verter todo mi semen en el interior.

· ¡Uy cariño! ¡Perdona! Me he confundido de copa y he bebido de la tuya. ¡Qué tonta! – no apartó sus ojos de mí, sonreía traviesa.

Francisco se levantó y propuso un nuevo brindis.

· Venga, por los negocios. ¿Verdad Leandro? ¡Por los sementales que los doman! – chocó su copa con la mía.

· ¡Por los sementales! – chocó su copa con él Camila.

· ¡Por los sementales! – la copa de Marina rozó la mía.

Mi cuñado se bebió la copa de un trago. Con todo el contenido del semen-tonic que le había preparado Belén.

A duras penas conseguí aguantar la risa.

Cuando ya estábamos recogiendo para irnos, volvió a vibrar mi teléfono en el bolsillo. Pensaba que sería Belén, pero no…

Abrí la notificación que me llevó a una imagen que se descargó en mi teléfono.


Me cuidé de que nadie la viese. Era una foto de la noche anterior que mostraba mi polla en medio de los pechos de Belén. Un mensaje llegó a los segundos.

-MARINA: qué travieso eres tío. Vamos a tener que hablar a solas de la Nochebuena…


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