Mi vecina embarazada [Parte 4]

 


VIRGINIA

Durante el trayecto al restaurante Miriam no paraba de hablarme de su novio. Emocionada. Feliz. Tenía un brillo especial.

· ¡Qué bien que le vayas a conocer! ¡Estoy muy contenta! – me decía en el coche.

Yo me alegraba porque al final ella había conseguido regresar a su esencia, alegre y optimista. Tras haberse quedado embarazada de su novio del instituto (Fran), sin haberlo buscado, y de que este se desentendiese de ella y del futuro bebé, Miriam pasó deprimida muchos meses, llorando desconsolada pensando que se había fastidiado el futuro. Yo traté siempre de sacar el lado positivo, como siempre (criar a una hija siendo madre soltera no es tarea fácil), pero todos mis esfuerzos fueron en vano. Yo sabía muy bien lo que era ser abandonada por tu marido al quedarme embarazada. Me pasó con Lucas, y fue mi vecino adolescente quien me sacó de la oscuridad en la que me había sumido. Mi hija estaba pasando por lo mismo, y por fin había encontrado un subterfugio: su nuevo novio, al que parecía no importarle que ella estuviese embarazada de otro hombre, por lo que ella me contaba.

Aparcamos cerca del restaurante y me encendí un cigarro de camino.

· Tienes que dejar ese asqueroso vicio mamá.

· Lo sé hija… - respondí con una calada profunda.

A los pocos meses de tenerla, yo había regresado a este maldito vicio. Había intentado dejarlo varias veces, pero no era posible.

Cuando entramos, Miriam se fue directa a darle un beso y a abrazarle. Yo me quedé paralizada al verle.

Mi hija notó la sorpresa en mi cara al verle en el restaurante. Le reconocí al instante, Gabriel. Mi pequeño amor fugaz de verano. Estaba cambiado, aquel joven de 18 años se había convertido en todo un hombre de 38. Aunque estaba más mayor y alguna cana asomaba por su pelo, bien recortado y peinado, lejos quedaba la melenita que lucía cuando le conocí, se conservaba muy bien.

Sé que él también me reconoció. Yo tenía ya 54 años. La última vez que nos vimos yo era mucho más joven y tenía mucha más panza (dentro estaba Miriam esperando a salir).

· ¿Virginia? – me dijo con voz temblorosa.

Miriam se quedó sorprendida.

· ¿Acaso os conocéis? – preguntó mi hija mirándome.

· Sí cariño. ¡Vaya sorpresa! Hace años Gabriel y yo éramos vecinos, en el piso que vendí cuando naciste, a las afueras de Barcelona – decidí en ese momento ocultar todo nuestro pasado. No tenía sentido removerlo, solo provocaría un daño innecesario.

· ¡Qué bien que estemos todos juntos! – gritó Miriam con entusiasmo aplaudiendo sus manos – ¡Sois las personas más importantes de mi vida!

Cerré los ojos un segundo. Tiempo necesario para ordenar pensamientos, poner en su sitio los recuerdos y coger la compostura que necesitaba para afrontar la comida. Algo se removía en mi pecho.


GABRIEL
Necesité unos minutos para procesar toda la situación que estaba viviendo. Mi antiguo amor de verano resultaba ser la madre de mi actual pareja.

Un conjunto enorme de sentimientos imprecisos comenzó a brotar en mí, sin tiempo para procesarlos y analizarlos bien. Estaba enamorado de Miriam, todo iba rodado entre nosotros. Sin embargo, el ver de nuevo a Virginia removió algo en mi interior que no sabía interpretar en ese momento.

¿Qué se supone que debía hacer con nuestro pasado en nuestro presente?

Virginia y yo no contamos nada de nuestras intimidades durante la comida. Ambos comprendimos, en silencio, en nuestro interior, que no tenía sentido. Sólo iba a herir a Miriam.

Nos pasamos la comida conversando entre los tres sobre la vida, nuestras ocupaciones actuales y los planes para el futuro.

· Yo quiero ser una asesora fiscal, como mi madre – dijo orgullosa Miriam – En cuanto dé a luz y todo se asiente, quiero estudiar a distancia para hacer algo de provecho.

· Me parece una idea estupenda hija – la cogió del hombro.

· ¿Asique tú has abierto tu propio negocio también, Gabriel? – Virginia giró su mirada hacia mí.

· Así es, he estado fuera casi dos décadas y por fin puedo poner mi vida en orden en mi ciudad natal. Quiero sentar ya cabeza.

· Vais a disculparme, me tengo que ausentar. Mi vejiga no aguanta tanto tiempo. No tardo – Miriam se levantó para ir al servicio.

Virginia y yo nos quedamos en silencio unos segundos. Mirándonos. No trataba de descifrar lo que ella estaba pensando.

· Miriam es maravillosa – rompí el mutismo.

· Sí, me alegro mucho de verla tan feliz – me dedicó una sonrisa mientras puso su mano encima de la mía.

· Gabriel… - continuó – voy a ser directa. Cuando di a luz a Miriam, tuve complicaciones. Estaba en el hospital con mis padres, que se encargaron de la mudanza y de vender el piso. Fui a buscarte al tiempo, pero ya te habías ido fuera a estudiar… decidí que mejor era no encontrarte, te complicaría la vida con mi situación. No sé qué paso…

· La vida pasó, Virginia – le devolví la sonrisa – está bien. Hemos hecho nuestras vidas. Siempre pensé en ti, en lo que habría sido si hubiéramos estado juntos. Pero el pasado, pasado está. He conocido a tu maravillosa hija, y soy muy feliz con ella.

Los ojos de Virginia se humedecieron. Se estaba conteniendo para no romper a llorar. Una pequeña lágrima bajó por su mejilla. Rápidamente se la secó.

Mi corazón estaba aporreando el tambor de mi pecho a un ritmo frenético. Estaba confuso.

¿Estaban resurgiendo mis sentimientos por Virginia? ¿Estaba traicionando a Miriam?

· Qué callados os veo, ¿no? Después de tantos años sin veros deberíais tener mil batallas que contaros. – nos dijo Miriam al regresar mientras se sentaba de nuevo.

El ambiente se había enrarecido un poco. Pero tratamos de disimular.

El camarero llegó con el postre. Ese día era un postre único para todos: fresas con nata.

Virginia me miró. Yo hice lo mismo. Estaba seguro de que ella había recordado lo mismo que yo.

VIRGINIA
Cuando el camarero nos dejó los tres cuencos. Dejó encima de la mesa el bote para servirnos más nata si queríamos.

Inmediatamente vino a mi cabeza el recuerdo, 20 años atrás, con Gabriel.

Le miré.

Me miró.

Él pensó lo mismo que yo.



El RECUERDO. LA ÚLTIMA COMIDA (20 años antes)

VIRGINIA
En las últimas semanas de mi embarazo, tras pasar mucho tiempo con Gabriel ese verano, decidí comer con él.

Como hacía mucho calor, y en mi estado tampoco podía pasarme horas cocinando, encargué a un restaurante un menú para llevar: gazpacho de primero y pollo asado de segundo.

El postre lo preparé yo: compré unas fresas y un bote de nata en el supermercado.

Gabriel llegó sobre la hora que le dije, la una. Era un miércoles. Vino vestido con unos vaqueros y una camisa que le favorecía mucho.

Tras varias tardes con él, yo sentía que me estaba enamorando. Y me temía que él también. No solo el sexo nos unía, había algo más.

Yo no pude más que ponerme un camisón largo de seda que me cubría hasta medio muslo. Bajo él únicamente mis bragas, mis pechos habían crecido tanto que me asfixiaban los sostenes. En aquel punto del embarazo estaba ya incómoda. Me sentí mal al ver que él se había preparado para comer conmigo, con su camisa y repeinado, y yo a duras penas me había hecho una coleta como pude.

Preparé la mesa con unas velas (que tuvimos que apagar al empezar, el calor era asfixiante), y unos mantelitos para cada uno. El gazpacho fresco nos ayudó a bajar la temperatura, y Gabriel disfrutó con el pollo.

· Parece que no has comido en días – le dije bromeando.

· ¡Está muy bueno! ¡Cocinas muy bien Virginia!

· Eh… sí... bueno… no se me da mal – desvié la mirada tímida.

· Virginia… quería decirte algo – interrumpió serio.

· Sí, claro. Dime.

· Virginia… creo que… creo… bueno… lo sé… estoy empezando a sentir algo por ti.

Me quedé callada mirándole con ternura. Pensativa.

Yo comenzaba a sentir algo por él también, pero me resultaba difícil pensar en algo más. El terreno en el que nos estábamos sumergiendo era peligroso, sobre todo para él. Estaba segura de que arruinaría su vida. ¿Qué futuro tendría él con una embarazada sin trabajo?

· Hablaremos de eso en otro momento si te parece… - le acaricié la mejilla.

· ¿Te apetece postre? – saqué los boles con fresas.

· ¡Por supuesto!


GABRIEL
En la última comida que tuvimos juntos, tomé la decisión de lanzarme y declararle mi amor a Virginia. Ella se mantuvo callada, dejó el tema para más tarde y cambió de tema.

· ¿Postre?

· ¡Por supuesto! – le sonreí.

Virginia sirvió dos boles con fresas y un bote de nata.

Hacía mucho calor, al igual que el resto del verano, y a ella se le pegaba el largo camisón que llevaba puesto. Yo estaba excitado. Nos habíamos acostado varias veces juntos y he de decir que Virginia me ponía muy cachondo.

Me desabroché un par de botones de la camisa con la que había llegado a la comida para sorprenderla.

Ella se me quedó mirando fijamente a mi pecho imberbe, sin vello. No por haberlo depilado, si no porque no me había salido pelo aún.

· ¿Por qué no un segundo postre, vecino?

· ¡Claro! – respondí pícaro.

Virginia se levantó, me cogió de la mano y me guio hasta el sofá en donde me pidió que me sentase.

· Siéntate.

Se quitó la goma y dejó su pelo suelto. Estaba sin arreglar y aún así para mí era la mujer más bella del mundo.

· Vamos a probar una cosa nueva – se puso enfrente de mí.

Se quitó como pudo el camisón, dejando sus pechos liberados y quedando solo con la braga, tipo culotte, color negro de encaje bordado en los laterales.

Agarró de la mesa el bote de nata y se sentó encima de mis piernas. Su bombo se interponía entre nosotros.

· ¿Te gusta la nata? – roció un poco de spray de nata en su pecho izquierdo y con su mano dirigió mi boca al pezón.

Yo lamí la crema y comencé a chupar su pezón que se endurecía al paso de mi lengua. Con mis dientes apliqué un poco de presión.

· Me encanta la nata, Virginia.

· Mmmm… Qué bueno… - gemía.

Con mi mano cogí su otro pecho para masajearlo. Sentía las estrías en los laterales mientras tenía su enorme pezón endurecido en mi boca.

· ¿Un poco más? – aplicó otro poco de spray en el otro pecho.

· Sí… Tengo hambre… - respondí mientras hacía un pequeño impulso con mi cadera hacia ella. Mi polla estaba ya reventando mi pantalón, pidiendo salir.

Comí su otro pezón mientras ella apretaba mi cabeza contra su pecho. Agarró los dos voluminosos senos y me los restregó por la cara.

· Virginia, me pones muy caliente…

· Vamos a gozarlo Gabriel….

Se retiró unos centímetros para desabrochar mi pantalón vaquero y liberar al fin mi polla. Comenzó a masturbarme lentamente mientras me daba un beso.

Tras esto, se arrodilló en el suelo y esparció más nata en la punta de mi polla.

· Me toca – me dijo mientras la miraba desde arriba.

Comenzó con su lengua a lamer la nata despacio, hasta no dejar nada. Con su mano derecha cogió la base y comenzó, muy despacio, a bajar para retirar la piel de mi glande. Con cariño.

Siguió la acción masajeando mis testículos mientras comenzaba a chupar la punta, salivando. Mantenía su mirada clavada en mis ojos. Distinguía una sonrisa en su rostro.

Apretó fuerte los labios y fue bajando, a cámara lenta, hasta llegar a la base. Ahí paró unos segundos para retirar con el mismo ritmo su boca, dejando un hilo grueso de saliva espesa uniendo sus labios y mi polla.

Volvió a levantarse y se sentó de nuevo encima de mí. Con las rodillas apoyadas, apartó sus bragas unos centímetros y se elevó para agarrármela con la mano y dirigirla a su coño peludo. La frotó unos segundos, elevada, contra su raja para al fin dejarla en el punto exacto en el que iba a entrar dentro de ella. Rozando su vello y el bordado de encaje de sus bravas.

Me gustaba ver cómo me metía dentro de ella, no apartaba la vista de su coño engullendo mi polla, despacio. Se tomaba su tiempo, varios segundos hasta que por fin noté toda la humedad y sentí el calor de su interior.

· Tócame los pezones, Gabriel.

Eso hice. Ya tenía práctica con ella y sabía cómo le gustaba que lo hiciese. Con mis pulgares fui masajeando poco a poco cada uno de ellos.

· ¡Qué rico! – meneaba su cadera encima de mí.

Sentía su vello púbico en contacto con mi pubis depilado. Me excitaba aún más ese tacto.

No hizo falta que me lo dijese esta vez. Sabía cómo seguir: mientras ella continuaba danzando encima de mí, cambié mi mano derecha del pezón a su clítoris, empapado, y comencé a frotarlo con suavidad. Apartando con el resto de dedos sus bragas.

Sus movimientos se fueron acelerando.

Más rápido.

Más fuerte.

Mi dedo seguía el ritmo que ella marcaba.

· ¡Más rápido Gabriel!

Con mi otra mano agarré sus nalgas, a través del encaje, para ayudarla a empujar más duro.

Ella continúo con su danza.

Cada vez más duro. Con su mano en mi nuca.

Yo ayudándola con mi brazo en sus empujones.

Más duro.

Y llegó.

· Siii… joder Gabriel… ¿¡me corro!.

Aceleró el ritmo.

· ¡¡ME CORRO!! – gritó sin contenerse.

Terminado su orgasmo me besó. Apoyó su cabeza frente a la mía unos segundos.

· ¿Quieres que me aparte? – le dije.

· ¿Qué te he dicho del buen sexo? No termina hasta que terminamos los dos.

Elevó su pubis para sacar mi polla de dentro. Con su brazo izquierdo acariciando mi pelo, comenzó con la otra mano a apretar fuerte mi polla, subiendo y bajando lentamente.

La subía una vez, desde la base, colocando el prepucio en su sitio original.

La bajaba, llevándoselo de nuevo y descubriéndolo.

Dejó caer un chorro de saliva para lubricarme.

Apretaba fuerte con cada movimiento.

Arriba.

Abajo.

Arriba.

Abajo.

Arriba.

· Virginia… me voy a…

No llegué a terminar la frase. Me silenció con un beso mientras mi esperma brotaba, con su mano agarrando fuerte, aguantando las convulsiones, pegado a ella, sobre su panza.

Varios chorros de mi semen espeso se derramaron en su barriga e iban deslizándose por ella.

Cogió con dos dedos un poco del líquido de su bombo y lo saboreó en su boca.

· Es un poco más salado que la nata… pero me gusta. – me miraba a los ojos.


REGRESO A LA ACTUALIDAD

VIRGINIA
Estaba segura de que Gabriel había recordado nuestro último encuentro sexual con nata.

Él me miraba y ambos mantuvimos una mirada cómplice. Sentía ganas de sonreír. Pero no podía. No por mi hija. No porque sería traicionarla.

Estaba completamente confusa con mis sentimientos hacia este antiguo joven.

Pero una cosa tenía clara, la felicidad de Miriam es lo primero.


GABRIEL
Por su mirada, Virginia había recordado, como yo, nuestro postre con nata.

Me sentí mal por pensar en eso con Miriam a nuestro lado.

Amaba a Miriam. Virginia había sido mi primer amor. Necesitaba aclararme.

¿Tenía claros mis sentimientos con estas dos mujeres?



Continuará…

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