Mi sobrina
La situación era si no, por lo menos, peculiar. A mis 33 años, durante las vacaciones de Navidad en casa de mi suegro, había descubierto que mi pareja (Camila) me estaba engañando con su cuñado (Francisco).
La mujer de este, y hermana de mi pareja (Belén) se enteró también y ambos decidimos vengarnos follando.
El lío continuó cuando descubrí que mi sobrina, Marina (hija de Francisco y Belén) nos había pillado. Ella me había enviado unas fotos en las que se me veía con Belén, en acción.
A sus 20 años, Marina vivía con intensidad. Sin respetar las normas, con pasión, rebelde. Eso le llevaba a darle disgustos a su madre. Sus devaneos sexuales (varias veces llevaba chicos a casa para acostarse juntos) le habían traído más de un problema. Hasta el límite de creer que se había quedado preñada en más de una ocasión.
Lo que yo desconocía de ella era su lado más frágil y vulnerable. Pronto lo entendería.
Después de la comida que celebramos en Navidad, Belén y yo tuvimos que reflexionar sobre lo que estaba pasando. La mañana del día 31, fin de año, salimos a pasear por el bosque, al lado de la casa de su padre, Don Darío.
- Esto no tiene sentido, Leandro – me dijo tras varios minutos en silencio.
- Tienes razón Belén. Vengarnos acostándonos parecía lo más justo. Pero no lo veo así. ¿En qué nos diferenciamos de ellos? ¿Acaso no estamos haciendo lo mismo?
Belén se paró y se me quedó mirando fijamente.
- Estamos siguiéndoles el juego. Nos estamos dejando arrastrar y no creo que sea lo correcto.
- Lo sé, Belén. Nos hemos convertido en ellos. Debemos ser algo mejor. No quiero que mi futuro sea provocado por una reacción a sus engaños. No debemos dejarnos arrastrar, no quiero ser un amargado resentido.
- ¿Qué debemos hacer ahora?
- Creo que lo mejor es dejar pasar esta noche. Mañana nos iremos y podremos solucionar nuestros asuntos con nuestras respectivas parejas. Aunque es tentador hacer estallar todo, tu padre es un buen hombre y no se merece que montemos un número. Está muy ilusionado por tener a toda la familia cerca.
- Tienes razón Leandro. Vamos a dejar que pase hoy. Yo pediré el divorcio nada más pisar Madrid. Me casé con él de penalti, por haberme quedado embarazada, he aguantado todos estos años, pero creo que ya mi penitencia está cumplida. No le soporto más. Marina ya no es una niña, y tampoco creo que se disguste demasiado si nos separamos.
- Sobre Marina…
- ¿Sí?
Quería contarle que Marina sabía lo nuestro… pero no me atreví.
- Nada, espero que no lo pase muy mal.
La comida de fin de año la pasamos en silencio y con bastante tensión en la mesa. Mi suegro se dio cuenta, pero no dijo nada al respecto. Él ya tenía su plan trazado.
Al terminar, cuando íbamos a descansar, Don Darío tomó la palabra:
- Francisco, ¿por qué no vienes conmigo y me ayudas con un papeleo que tengo pendiente de solucionar? – la expresión que tenía era seria.
- Claro suegro – respondió sacando pecho, orgulloso de que acudiesen a él a pedir ayuda.
- Vamos al salón, allí tengo todo.
Belén y Camila subían a las habitaciones cuando Marina me propuso dar un paseo.
- ¡Leandro! Ya que todos van a estar ocupados, ¿te parece que vayamos a recoger unas pocas castañas al bosque? – me preguntó, más bien sonaba como una orden.
- Claro sobrinita…
Cogimos nuestros abrigos y nos fuimos al castañar donde había paseado esa mañana con su madre, al lado de la casa. Fue ahí cuando conocí más en profundidad a Marina.
Los primeros minutos nos mantuvimos en silencio, ella me miraba y por varias ocasiones vi que intentaba lanzarse a decirme algo, pero no acababa de soltarlo.
- Tendremos que hablar Marina… he visto los mensajes que me has enviado.
- Lo sé todo, Leandro – me miró fijamente a los ojos.
- Lo sé… ¿Estás enfadada?
- ¿Enfadada? – frunció el ceño – ¿por qué iba a estarlo?
- Por todo lo que ha pasado con tu madre y yo…
- ¿No te he dicho que lo sé todo? No solo sé lo de mamá y tú, sé lo que mi querido padre – dijo con burla – está haciendo con la tía, y con vosotros. En vuestro lugar habría hecho lo mismo, o incluso iría más allá.
Me sorprendí de que también supiese lo de su padre y Camila.
- ¿Lo sabes? – abrí los ojos con asombro.
- Sí. Lo que vosotros no sabéis es que no es la primera vez. Camila es la última de una larga lista. ¿Sabes cómo me enteré?
- No… - aparté la vista hacia un castaño viejo que estaba muriéndose, no pude evitar pensar que lo mismo pasaba con mi relación con Camila.
- Me enteré cuando llevé a casa a mi mejor amiga. Perdón, mi ex mejor amiga. Papá comenzó a flirtear con ella y se la acabó tirando a los pocos días en casa.
Aquel día se supone que no habría nadie en casa, pero tuve que volver porque se me habían olvidado los auriculares. Allí los vi a través de la puerta entreabierta, follando en la cama donde duerme con mamá. No se enteraron de que yo estaba allí.
- ¿Qué me estás contando?
- Sí. Tras eso comencé a investigar más, me colé en su ordenador. El Varón se hace llamar. Había varios mails, no sé cuántas mujeres había conquistado. Tenía una carpeta con fotos de todos sus ligues, fotos íntimas y videos que grababa con ellas.
No supe qué decir ante todas estas revelaciones.
- ¿Sabes qué pasará Leandro? La tía y tú acabaréis rompiendo, y él seguirá con su vida como si nada… esto tiene que acabar.
- ¿Y cómo va a parar?
- Ya está todo en camino…
A un lado del bosque estaba una vieja casa abandonada, Marina la señaló.
- Ven conmigo, tío – me agarró de la mano.
En la vieja casa de piedra, subimos al piso de arriba. Había una habitación con una cama tapada con un plástico para no mancharse. A través de la ventana entraba el sol de la tarde que hacía que no entrase el frío adentro. Marina me acercó a la ventana.
- ¿Lo ves?
- ¿Qué se supone que tengo que ver?
- Fíjate bien. Desde aquí se ve la casa de mi abuelo. Mira la ventana del salón – señaló con su índice.
Me fijé y ahí estaba Don Darío hablando con Francisco.
- No entiendo nada Marina. Veo a tu padre con tu abuelo, ¿qué se supone que tengo que adivinar?
Marina se quedó con gesto serio, reflexiva.
- Mi abuelo sabe todos los devaneos sexuales de mi padre. Yo se lo he contado hace semanas. Soy su ojito derecho, ¿sabes?
- ¿Don Darío lo sabe todo?
- Casi todo. Sabe que mi padre engaña a mamá. No sabe el lío que tenéis entre los cuñados.
- Eh… ¿no se lo has contado?
- No. Esa parte la he omitido. No afecta a lo que está pasando en el salón entre ellos dos.
- ¿Y qué está pasando?
- Le está obligando a que se separe de mamá y que no se vuelva a acercar a nosotras. De lo contrario sacará a la luz todos los chanchullos ilegales que tiene en su trabajo. ¿Por qué te crees que alguien como él ha ascendido tanto? No es todo legal, mi abuelo siempre lo ha sabido.
- Tus padres se iban a separar igualmente…
- Sí, lo tengo claro. Pero sin esa charla, mi padre intentaría sacar todo el provecho y quedarse con propiedades de mi madre.
- Pero Marina… es tu padre. ¿No sientes pena?
- Es mi padre sí, pero solo sobre el papel. Jamás ha ejercido de padre. Siempre le he molestado. Tengo la sensación de que no me ha querido nunca. Además…
Se apartó el pelo y me mostró la cicatriz de su sien.
- Tiene la mano muy suelta, a escondidas de mi madre muchas veces me ha pegado bofetones sin venir a cuento. Sin contar puñetazos y empujones. Es un desgraciado.
Comenzaba a entender el carácter impulsivo y rebelde de Marina. Francisco, además de ser un prepotente, era un pedazo de mierda.
- Este es posiblemente nuestro último encuentro, Leandro, tío…. Tú y la tía romperéis.
Aparté la vista de la ventana y la miré, comenzaba a sentir tristeza por toda la situación. Marina tenía razón, esas vacaciones serían las últimas en familia.
- Es muy posible Marina… esto ya no tiene mucho sentido. No podré confiar de nuevo en Camila…
El sol de la tarde que entraba hacía el ambiente ameno, hasta caluroso. Marina se quitó el abrigo. Dio unos pasos, lo colocó encima de un viejo mueble y se dirigió hacia mí.
- Sabes que no he contado lo vuestro, lo de mamá y tú, ¿verdad? – tenía una sonrisa pícara en la cara.
De su muñeca agarró una goma y se ató su pelo castaño en una coleta que caía por su nuca.
- Lo sé Marina, te lo agradezco… no tenía sentido lo que estábamos haciendo. Esta mañana he acordado con tu madre en que esto es el fin.
Se plató delante de mí y con su índice comenzó a hacer formas en mi pecho.
- Mi silencio tiene un precio, tío.
Desabotonó los botones de mi camisa hasta el ombligo. El poco vello que tenía en el pecho le sirvió para seguir con sus dibujos con el dedo.
- Marina… esto no está bien – trataba de resistirme. Aunque no podía negar que me excitaba.
Ella había heredado el busto enorme de su madre. Su cara era perfecta, nariz recta y facciones femeninas muy pronunciadas.
- Ya habéis hecho de todo entre vosotros. ¿Por qué no te despides de tu sobrina? – recitó la frase mientras me quitaba el cinturón de mis vaqueros.
- No puedo…
Mi negativa no causó efecto en ella. Me bajó los pantalones y descubrió con sus propios ojos, bajo mi boxer negro la verdad, mis labios mentían. Mi polla no.
- Lo que tienes ahí está creciendo. Creo que no me dices la verdad.
Comenzó a masajear a través del algodón mis partes que no tuvieron reparos en seguir creciendo hasta alcanzar la erección completa. Momento en el que ella aprovechó para bajármelos.
- ¿Ves? Lo que decía. Está muy mal mentir… - destapó la cama y de un empujón me tiró encima.
Yo estaba disfrutando. Por mucho que lo negase, Marina me calentaba. Y mucho.
Ella se bajó los pantalones, dejando su tanga rojo, minúsculo y fino a la vista. De un salto se puso encima de mí. Sus piernas aprisionaron a las mías y comenzó a quitarse el jersey. Sus manos lo agarraron por los bajos y tiraron para sacarlo a través de su cabeza.
No llevaba sujetador.
El movimiento del jersey subiendo por su torso hizo que la inercia hiciese su aparición cuando el tejido pasó por sus pechos, haciendo que subiesen y cayesen de golpe liberados.
Sin pensarlo y apenas darme cuenta, mis manos se dirigieron a ellos. Mis dedos comenzaron a acariciar los enormes pezones y a bordear las areolas, acariciando el relieve de los pezones. Cerré los ojos, tratando de leer sus pechos en Braille.
Marina comenzó a frotar su diminuto tanga contra mi polla a medida que comenzaba a gemir. Como una sinfonía, del silencio pasó a casi gritar de placer.
- Joder Leandro… ahora entiendo a mi madre… menuda polla tienes… ummm
- ¿Te gusta, sobrinita? – pregunté pellizcando el pezón.
- ¿Qué crees tío? – respondió agarrando mi polla venosa con sus manos.
Con su otra mano agarró el fino borde de su tanga y lo rompió. Tiró de él y lo echó al suelo. Tenía su vagina totalmente depilada. Rosada. Brillante.
Se acercó hacia mí para dejar los labios que sobresalían cubriendo mi polla. Con sus flujos, que servían de lubricante, comenzó a balancear su coño a lo largo de la parte posterior de mi polla llegando hasta la punta. Con el movimiento me la descapulló.
Paró con su meneo de cadera para bajar sus pechos y colocarlos entre mi miembro.
- ¿Así te lo hacía mamá? Cuando os vi de lejos no veía muy bien… ¿Lo hago mejor?
- Lo haces muy bien Marina…
Agarró con sus manos las dos tetas y aprisionó mi polla en medio para batirla. Lo hacía con fuerza. Cada subida y bajada hacía que rebotasen en mi pubis.
- He estado esperando esta despedida tío… tenía ganas.
Tras varios segundos embutiendo mi polla en medio de sus senos, se levantó.
Me dio la espalda, se puso de rodillas y con las manos agarrando mis tobillos fue bajando sus nalgas hasta rozar nuestros sexos. Liberó uno de mis tobillos para usar la mano y dirigir mi polla a su interior. Bajó lentamente con la mano sujetando la base.
Agarré sus generosas nalgas para guiarla en el movimiento. Ella se inclinó hacia delante. Podía ver su joven piel, su culo perfecto y su ano. Miraba cómo suavemente comenzaba a subir, hasta casi desconectarse de mí, para volver a bajar. Cuando bajaba yo la presionaba contra mí, sentía mi polla rozando en el interior de su vagina.
Siguió la acción inclinándose y dejándose caer de espaldas encima de mí. Mi polla seguía dentro.
Marina me indicó cómo seguir. Con sus manos cogió mi mano izquierda para colocarla en su pecho, y puso la derecha en su clítoris. Yo flexioné un poco las rodillas para asentarla bien encima de mí.
Empecé a mover mi pelvis para penetrarla.
- La tía Camila no sabe lo que se pierde… - gemía mientras hablaba – ammm, tío… qué pena no vernos más.
Yo respondía en silencio lamiendo y exhalando mi aliento en su oreja. Mis dedos comenzaron a masajear su clítoris, totalmente humedecido del placer.
Mi otra mano apretaba su enorme seno.
Marina se contoneaba. Movía su cadera como si estuviese bailando una canción de Shakira.
- Me voy a correr… no pares tío.
- Yo estoy a punto Marina, debemos parar.
- ¡Ni se te ocurra – gritó - termina dentro!
- Pero… ¿y si te preño?
- He aprendido a tomar precauciones. Tomo la píldora… Ahora NO PARES.
Comencé a moverme más rápido. Mi polla penetrándola sonaba como cuando se pisa un charco empapado, estábamos muy mojados.
- ¡¡NO PARES!! – gritaba.
- ¡¡DAME FUERTE!! – Gemía.
Sus palabras me excitaban aún más. Estaba a punto de correrme.
- ¡SÍ JODER! ¡SÍ! ¡TÍO! Me corrooo… - comenzó gritando para exhalar suavemente durante su orgasmo.
- ¡Yo también Marina! – al oír mis palabras puso su mano en la base de mi polla y la apretó, siguiendo el movimiento de evacuación de mi semen que recorría la base hasta salir e invadir el interior de su coño.
Varios espasmos en mis piernas, empujando mi pubis contra ella terminaron nuestro encuentro. Ambos quedamos extasiados.
Marina se tumbó a mi lado. Notaba en sus ojos que se le tornaban llorosos.
- Gracias Leandro.
Acercó sus labios a los míos y me besó. Su lengua entró con cariño en contacto con la mía. Sentí pasión. Sentí amor. Esto no me pasaba con Camila.
Me quedé sorprendido.
¿Le gustaba de verdad? ¿O solo era un divertimento para ella?
Nos pusimos la ropa y nos fuimos a casa.
Durante la cena de Nochevieja mi suegro estaba especialmente contento. Francisco tenía cara de seta, había olvidado sus bromas de mal gusto y su prepotencia en el salón en donde había estado hablando con mi suegro.
Parece que Don Darío sabía mucho más de lo que decía. Actuaba en silencio.
Con las campanadas nos tomamos las uvas. Marina no paraba de mirarme, era el rayo de luz en esa incómoda y tensa cena.
Camila estaba distinta también. Belén parecía liberada.
Al día siguiente Don Darío se despidió de nosotros y pasaron varias cosas en el regreso a nuestros hogares.
Al llegar a su casa, al día siguiente Belén contactó con un abogado y le pidió el divorcio a Francisco. Ante su sorpresa este aceptó y renunció a cualquier propiedad que no fuese suya. Desapareció de sus vidas y no volvió a molestarlas nunca más.
Belén conoció a otro hombre pasados unos meses. Me la encontré cenando en un restaurante. Se la veía enamorada. Al fin. Feliz.
Yo no tuve la oportunidad de dejar a Camila. Se me adelantó. Tampoco me importó, lo hubiera hecho yo más pronto que tarde. Tiempo después me enteré de que tenía un novio ricachón con el que se pegaba la vida padre… a ver lo que duraban… igualmente, no era ya mi problema ni mi preocupación.
Seguí con mi negocio, y al poco tiempo pude ampliar el taller, contratar más gente. Para mi sorpresa, uno de los candidatos a comercial que se presentó buscando trabajo fue Francisco. Indagué un poco y descubrí que había sido despedido de su empresa porque le habían pillado follándose a la hija de su jefe. Pensé seriamente en llamarle y entrevistarle, solo para darme el gusto, solo para burlarme, pero decidí no malgastar mi tiempo con el Varón. No sería distinto a él si lo hiciese.
Meses después, Marina reapareció en mi vida. Comenzó a visitarme en el trabajo, había cambiado mucho. Estaba más responsable, quitar la presión de su padre la había hecho bien. Cada tarde me traía un café y nos pasábamos el tiempo hablando. Tardamos poco en formalizar nuestra relación. Aunque yo era casi 13 años mayor que ella, su madre lo aprobó y su abuelo también. A día de hoy somos muy felices juntos.
El resto… el tiempo dirá.
Fin de la historia.

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