Primera Parte – Atracción Prohibida
ADRIÁN
Siempre me ha gustado vivir en Madrid. Me gusta el bullicio, los parques, los cafés… la ciudad nunca se para de mover, pero si lo necesitas, te permite perderte cuando lo necesitas. Me crie aquí y por fin me había independizado hace unos meses: conseguí un piso de dos habitaciones, un baño, salón y terraza a un precio relativamente asequible que podía pagarme con mi nuevo trabajo de administrativo.
Había terminado la carrera de Derecho meses atrás y ansiaba la tranquilidad de vivir solo. Y, siendo sincero, tras haber roto con mi novia tiempo atrás, quería tener la libertad para llevar a mis ligues, follar salvajemente, libertinaje, pensaba yo. Nada más lejos de la realidad, me mataba a pajas mirando porno. Llevar a chicas a casa se había convertido en una misión casi imposible. Lo que yo pensaba que sería una vida de picaflor era la vida de un pajero.
Pronto descubrí que mantener una casa con todos los gastos no era tarea fácil, por lo que pronto tuve que buscar otra fuente de ingresos: decidí alquilar la habitación que me sobraba, temporalmente, para vivir más holgado.
Puse el anuncio y en internet y a las pocas horas recibí un mensaje. No sabía que ella trastocaría todo mi mundo: Nadia Ionescu.
Su nombre me llamó la atención, Nadia. Moldava, 25 años. No puedo negar que al ver su foto de perfil me resultó sexy.
Ella era una estudiante que venía desde Chisináu para un programa de intercambio de la facultad de Turismo que duraría desde mayo hasta julio. ¿Qué tenía que perder? Nada, pensaba. Tres meses de alquiler para después continuar con mi rutina solitaria.
Nadia pagó por adelantado las tres cuotas de alquiler.
No sabía que me iba a abrir un mundo repleto de sexo, desenfreno y lujuria.
NADIA
A mis 25 años, estaba terminando mi carrera universitaria y me había apuntado a un programa de intercambio para los últimos tres meses.
Yo había viajado mucho con mi familia siempre, pero jamás me había ausentado tanto tiempo de casa. Sentía miedo y temor a vivir sola en una ciudad tan grande como la que se me había asignado: Madrid, aunque tenía curiosidad por visitarla.
Mi novio, Andréi, estaba receloso de que yo me fuese, aunque trataba de apoyarme. Mucho más cuando le conté que me iría a compartir piso. Ya se sabe que, en los Erasmus, los cuernos, las infidelidades están a la orden del día, pero yo quería serle fiel (qué ilusa). En cuanto me puse a buscar alojamiento, descubrí que los precios de los alquileres eran excesivos, además de que casi nadie me alquilaba un piso por solo tres meses. Fue como un rayo de esperanza el haber encontrado una habitación por poco dinero solo para esos meses, además solo tendría que compartir con una persona: Adrián.
Cuando mi avión aterrizó, el calor era sofocante. Antes de coger el taxi tuve que parar en el bar del aeropuerto para poder tomarme un refresco con hielo.
Le indiqué al taxista la dirección y me llevó directa en poco más de media hora. A duras penas conseguí cargar con mis dos enormes maletas para llegar al portal número 6 y marcar el noveno piso. Cogí el ascensor y allí estaba, esperándome con la puerta abierta, un poco más algo que yo, moreno de ojos negros, guapo, sensual y listo para ayudarme con las maletas: Adrián.
ADRIÁN
Cuando la vi entrar me deslumbró. Era hermosa. Tenía una melena morena a ras de los hombros. Venía con unos pantalones cortos que dejaban ver sus largas piernas morenas y una camiseta floja dejando entrever la goma de su sujetador negro. Sus pechos no parecían gran cosa la verdad, pequeños incluso, pero sus ojos oscuros me cautivaron.
Los primeros días apenas coincidíamos. Ella se iba temprano a la facultad y yo a trabajar. Cuando llegaba a casa tenía su puerta de la habitación cerrada y no se la sentía hacer ni un ruido.
Fue en la terraza del piso donde comenzamos a conocernos mejor. Pasada una semana, un jueves, me apetecía tomarme una copa de vino al llegar. Ya era de noche y me puse en una de las dos sillas de mimbre a fumarme un cigarrillo mientras me la tomaba.
Al rato la vi pasar por el salón y le ofrecí una.
- ¿Te apetece? – pregunté levantando la botella.
Se acercó a mi lado y sonrió.
- ¡Claro!
Se sentó en la otra silla y comenzamos a charlar. De todo y de nada.
- ¿Sabes? – le dije – me sorprende tu nivel de español. No imaginaba que lo hablases tan bien.
- He estudiado español en mi país. Además, allí solemos ver muchas películas y series en versión original. Bueno, yo he visto muchas telenovelas – sonrió.
Sacó de su bolsillo un paquete de cigarrillos y se encendió uno.
- ¿También fumas?
- No mucho, pero a veces me apetece – se encogió de hombros. Me gusta mucho este vino que has traído, Adrián.
Nadie se tomó un sorbo de vino y se quedó mirando al cielo.
- ¿Sales mucho por Madrid, Adrián?
- A veces, con los colegas. Pero no mucho la verdad. Antes salía mucho más. Ahora me gusta estar relajado en casa también y disfrutar.
- ¿Y con tu novia?
Sonreí levemente y le di otra calada al cigarro.
- No tengo, hace tiempo que no estoy en ninguna relación.
Me fijé en su reacción, seguía mirando al cielo pero noté como que la respuesta le había gustado.
- ¿No estás interesado en chicas?
- Ahora mismo no – respondí – no estoy buscando nada. Siempre me acabo enamorando de quien no debo.
Yo no me atreví a preguntarle por su situación. Continuamos la conversación hablando de otros temas: cine, música, lugares de Madrid que le gustaría visitar… Pero me quedé en la mente con su reacción a mi estado sentimental, me estaba enamorando de ella.
NADIA
Todas las tardes hablaba con Andréi por teléfono. No puedo negar que me encanta el sexo, ya llevaba dos semanas sin follar y mantenía con mi novio conversaciones guarras, nos enviábamos fotos y nos masturbábamos hablando por teléfono. Yo quería (al menos pensaba en ese momento) formar una familia con Andréi. Esta fue una de nuestras primeras conversaciones:
o [Nadia] Te extraño, mi amor.
o [Andréi] Y yo a ti. Pero extraño más tu coño.
o [Foto de mi coño]. Aquí lo tienes, mojadito por ti.
o [Andréi] Otra, enséñame cómo te tocas.
o [Nadia] No, antes necesito ver tu polla.
o [Foto de su polla] ¡Mira cómo la tengo!
o [Video masturbándome] quiero que me enseñes cómo te corres.
o [Video de su corrida]
o [Nadia] Joder! Qué caliente…ummmm
Las primeras semanas, Adrián convertimos en una costumbre tomarnos unas copas de vino al anochecer. Instintivamente, sin pensarlo, llegaba a casa y me arreglaba un poco para que él me viese. Comenzaba a sentirme confusa. Por una parte, extrañaba a Andréi, por otro lado, comenzaba a sentir algo con Adrián. Estaba a gusto con él.
Ese viernes, estaba aburrida en clase y decidí hacer algo que cambiaría radicalmente las semanas siguientes en Madrid. Cogí el móvil y le escribí a Adrián:
o [Nadia] Adrián, esta noche me apetece salir un poco. Estoy algo cansada de estar en casa, ¿Tú me harías compañía?
o [Adrián] ¡Claro! ¡Venga, podemos ir a cenar y nos tomamos unas copas!
ADRIÁN
Esa noche salimos sin rumbo fijo, caminando por la ciudad. Nos paramos a cenar en una pizzería. A Nadia le apetecía. Mientras cenábamos seguimos charlando de nimiedades hasta que me dijo algo que me dejó en shock:
- ¿Te gusta la pizza? En este local suelen hacerlas bien – pregunté inocente.
- Sí, está deliciosa. La verdad es que me gusta mucho esta comida, pero, como a mi novio le parece asquerosa, casi nunca voy.
¡Joder! Pensé. Tiene novio. No es que yo se lo hubiera preguntado antes, pero había supuesto que no. Sentí una mezcla de celos y la sensación triste de no poder tener algo con ella. Tal vez yo estaba confundiendo sus reacciones, lo que creía que eran señales… Tal vez quería solo ser mi amiga.
Mi objetivo de esa noche, besarla, se fue al traste. Reaccioné rápido y cambié mi mentalidad. Nadia me caía bien, me gustaba. Si no podía tener algo con ella, pues seríamos solo amigos. Ya está.
Decidimos no tomar postre y, en su lugar, nos pedimos dos cubatas. Dos whiskies con cola. Ella no volvió a nombrar a Andréi.
- ¿Y qué te gustaría hacer ahora? – le pregunté.
- ¿Sabes? ¡Me gustaría bailar!
Yo, que era un tronco, me mostré reacio, pero me convenció. Acabamos en un pub bailando bachata, agarrados. Cada vez más ebrios.
- ¿Ves como sí que sabes? – me decía al oído mientras bailábamos.
- Hago lo que puedo… jajaja
Tratando de mantenernos en pie por la borrachera, conseguimos llegar a casa. Dejamos nuestras chaquetas en el perchero de la entrada y llegamos al salón. Allí yo tenía un minibar en la estantería de madera, enfrente gran sofá de terciopelo gris, que hacían el camino a la puerta de cristal que llevaba a la terraza. Junto con la mesa baja de madera, eran los únicos muebles del minúsculo salón.
- ¿Otra? ¿La última? – le pregunté con mi botella de whisky favorito en la mano.
- ¡¡Venga!! – gritó mientras aplaudía con las manos.
Nos la tomamos como pudimos, entre risas y cigarrillos. El alcohol nos tenía noqueados, Nadia estaba peor que yo, si cabe. Tanto que terminamos dormidos los dos en el sofá. Ella se acurrucó conmigo y nos quedamos haciendo “la cucharita”. Adormilado, notaba el calor de sus caderas contra mi pelvis. Me comenzaba a empalmar. Ella agarró mi mano y la puso en su pecho. Eran pequeños, me excitaba la situación. Sin embargo, me quedé dormido.
NADIA
Al despertarme me levanté casi de un salto. Adrián se despertó asustado. Yo estaba con mucha resaca y confusa, pensaba que había pasado algo entre nosotros. Me sentí fatal.
Recordé que nada había ocurrido, pero aún así algo muy fuerte dentro de mí comenzaba a sentir algo por Adrián.
Los siguientes días traté de no encontrarme tanto con mi compañero de piso. Trataba de descifrar lo que sentía. La situación con mi novio no me ayudó.
o [Andréi] ¿Por qué no me escribes? ¿Qué está pasando, Nadia?
o [Nadia] Nada. Solo tengo mucho trabajo en la facultad estos días.
o [Andréi] ¿Seguro? ¿No te estarás viendo con otro?
o [Nadia] Andréi, por favor…
o [Andréi] ¿Tu compañero de piso? ¿Te lo estás follando?
o [Nadia] Te estás pasando… hablaremos mañana cuando estés más calmado.
Tardé varios días en volver a hablar con mi novio. Estaba ofendida.
Con el enfado con mi novio en mente, esa noche decidí llevar una botella de vino que había comprado a la terraza e invitar a Adrián.
- Hoy invito yo – le dije entregándole una copa de vino.
- Gracias, Nadia – me contestó.
Lo noté triste. Continuamos bebiendo y fumando hasta que me atreví a soltarle la pregunta.
- Te noto triste, Adrián. ¿Qué te pasa?
- Mal de amores. – me respondió.
- ¿Y eso? – me hice la tonta.
Me observó fijamente unos segundos.
- Siempre termino por enamorarme de quien no debo… hay una chica... pero no le intereso.
Sabía que lo decía por mí. Estaba segura. Las palabras se me atragantaron, había tocado una fibra sensible en mi interior. Me di cuenta en ese momento que él sentía algo por mí también. Sus miradas, las conversaciones… no eran solo mi imaginación.
- Adrián… - dije en tono suave, temiendo romper el hechizo.
- Sí…
- A veces la vida es un caos… no siempre se hace lo correcto. No todo pasa como uno quiere – Mi corazón latía como un tambor en pleno concierto.
No pude resistirme. Me levanté y me acerqué a él. Cogí su cara y le besé. Tenía los labios cálidos, disfruté bordeando su lengua con la mía. Al terminar, me fui sin decir nada.
Me sentía sucia. Sentí que era mala persona por haber caído en la tentación. Me sentí mala persona por engañar a mi novio. Cogí mi portátil y me puse los cascos, abrí una página porno y me puse un video. Con mi coño extra humedecido me masturbé como nunca, escuchando los gemidos del video, cerrando los ojos e imaginándome a Adrián.
ADRIÁN
El beso de Nadia me pilló por sorpresa. Me encantó y, a la vez, estaba totalmente confuso.
¿Qué estaba pasando? ¿Ella sentía lo mismo que yo? ¿Y su novio?
No entendía nada. Pronto lo descubriría.
A los pocos días, Nadia llegó a casa y preparó cena para los dos. No hablamos del beso ni de nada entre nosotros mientras comíamos las pizzas caseras que había preparado.
- Me gusta cocinar. ¿Te gusta lo que he preparado? – sonreía ofreciéndome una porción.
- Están buenísimas Nadia, te felicito. ¡Eres una estupenda cocinera!
Terminamos la cena con una ronda de chupitos de tequila en el sofá mientras sonaba música que ella había puesto en su teléfono móvil: chill-out relajante.
Habíamos apagado las luces y el salón estaba iluminado por la luminosidad del exterior, tenue, entre sombras.
Nadia se había puesto cómoda con una camiseta blanca larga, a modo de vestido, que la cubría hasta el muslo; dejando entrever su lencería negra trasparentada a través de la camiseta.
Me recosté contra el reposabrazos y ella se me acercó, un poco afectada por el tequila, para besarme otra vez.
No dijimos nada.
Nos mantuvimos en silencio para terminar acostados, otra vez, en el sofá. Esta vez menos borrachos, pero yo tenía la misma excitación. El roce de sus nalgas contra mi pelvis hizo que mi polla se pusiese erecta del todo.
Ella lo notó. Sentía cómo mi polla se frotaba con sus caderas, porque comenzó a moverlas, a presionar hacia atrás, excitada. Me agarró la mano y la llevó a su entrepierna.
No me paré. No quería contenerme más. También estaba excitado y seguí su propuesta acariciando sus braguitas negras de algodón por la zona de su vagina. Comenzaba a notar cómo se humedecían.
Mis dedos índice y corazón buscaron la forma de meterse, a través de un lateral, en la dirección de su coño. Estaba totalmente depilada, no sentí ningún pelo asomar en su pubis.
Comencé a bordear sus labios exteriores para poco a poco ir introduciéndome más en su interior. Estaba ardiente, húmeda, excitada.
Nadia gemía y pegaba sus nalgas con fuerza contra mi polla.
Cuando comencé a acariciar su clítoris, sus gemidos se convirtieron casi en gritos. Tras pocos segundos frotándolo, noté cómo se estaba corriendo.
- AAAHHHHHH – gemía intensamente. Casi gritando.
Cuando terminó, se giró hacia mí rápidamente.
- Nadie me había tocado así. Nadie lo ha hecho tan bien como tú – me dijo.
Yo estaba tumbado y ella se encargó de desabotonar mis pantalones y bajármelos hasta la altura de mis testículos. Se colocó en posición y comenzó a lamer mi polla.
No era mi primera mamada, mis anteriores parejas me la habían chupado, pero esto era distinto, Nadia lo hacía con más morbo, sabía lo que hacía. Con lascivia. No era su primera mamada tampoco.
Se la metió toda en su interior, haciendo arcadas. Salivando. Sus dientes hacían como un rastrillo desde la base a la punta.
Me miraba con lujuria mientras tenía su polla en el interior.
Joder, cómo me ponía.
Estaba a punto de correrme.
Si no la hubiese parado con mis manos, habría terminado en su boca. Yo jamás había eyaculado en la boca de ninguna mujer, mis parejas anteriores no me lo habían pedido ni yo preguntado. Sólo había visto eso en el porno.
Ella paró cuando levanté su cara con mis manos y se me quedó sonriendo mientras comenzaba a masturbarme con su mano.
Con la polla bien lubricada por su saliva, no tardé en soltar una enorme cantidad de semen que se derramó sobre mi camisa negra.
Ella se inclinó hacia mí y me besó de nuevo. Luego se fue al baño y de ahí, directa a su habitación.
Yo hice lo mismo, me limpié en el baño y me fui a la cama. No pude evitar masturbarme de nuevo recordando la situación.
A la mañana siguiente, ella se marchó temprano. Cuando me levanté ya no estaba. Yo tenía día libre y me lo pasé en casa. A media mañana me llegó un mensaje suyo a mi teléfono:
o [Nadia] Me ha gustado mucho lo de anoche. Quiero que hoy repitamos. Pero esta vez quiero que termines.
o [Adrián] A mí también me gustó mucho. Pero no te entiendo… ¿Quieres que termine? ¿A qué te refieres?
o [Nadia] Sí, quiero que termines en mi boca esta vez.
Continuará...

Una proposición que no se debe rechazar. Que ella lo pida es más excitante aún.
ResponderEliminarLléname la boca y dejaré que aflore por la comisura de mis labios.
Y yo sonreiré con malicia susurrando que tal vez debiera darte más. Porque así me lo piden tus ojos.