Monarquía: El recepcionista [2] Perversión



Monarquía: El recepcionista

# Capítulo 2: Perversión #

En el hotel Monarquía existe una cara oculta que contrasta con las lujosas habitaciones que se utilizan para los encuentros furtivos. El sótano está destinado a actividades sexuales fuera de lo común. Las paredes de hormigón muestran sus manchas a través de las parpadeantes luminarias del techo. Un olor a humedad y un ambiente grotesco invade las estancias.

El único acceso es a través del parking. Cada cliente entra sin ser visto por el personal y se dirige directamente a la sala asignada. Existen cuartos para orgías, bukkakes, bondage… pero la práctica más aclamada (al menos durante estas últimas semanas) es el glory-hole. En el hotel hay distintas cabinas destinadas para ello en la que a través de un agujero en el tabique el usuario introduce su polla para que desde el otro lado uno de los trabajadores (chicas, chicos, trans, al gusto del cliente) le lleve al éxtasis.

La razón de que este servicio esté tan solicitado últimamente es Valerie Calero. Desde que comenzó a trabajar en el hotel ofreciendo sus servicios, la noticia de su excelente habilidad se ha esparcido rápidamente en ese mundillo. Reciben tantas solicitudes para que ella les atienda exclusivamente que incluso han tenido que crear una lista de espera.

Valerie tiene 22 años, con una melena rubia que le cae a ras del cuello y unos ojos azules que reflejan su naturaleza rebelde. Siempre ha sido una rebelde y ha desafiado la autoridad, especialmente la de su padre. Cuando regresó a su casa tras finalizar estudios de publicidad en Sídney, el ambiente opresivo ha culminado en su huida de casa. Pero para irse necesitaba ingresos, y qué mejor modo de obtener un dinero fácil que hacer lo que tanto le gusta: excitarse haciendo que los hombres se corran en su blanca piel.

La atractiva joven lleva un sexy tatuaje en su muslo derecho: una serpiente enroscada que se muerde la cola. Símbolo de renovación y de su carácter indomable.

Tras varias semanas trabajando en el Monarquía, se ha hecho muy amiga de Arturo, el recepcionista de noche, quien también se ha convertido en su confidente. Aunque a ella le cuesta establecer relaciones interpersonales, con él es diferente, no sabe por qué. Arturo le inspira confianza y se atreve a confesarle secretos y detalles de su vida que no ha contado a nadie más.

Esta tarde, al igual que la mayoría de tardes, cuando llega al hotel se sirve de dos cafés y le ofrece uno a él para mantener una charla antes de comenzar su labor.

— No entiendo Valerie, ¿qué haces aquí?. Con tus estudios podrías trabajar en cualquier otro sitio sin vender tu cuerpo.

— Dinero fácil, Arturito. Necesitaba irme de casa, no lo soportaba más. Además, me gusta el sexo. Me gusta hacer que vosotros, hombres, lleguéis al orgasmo. Me gusta oíros gritar de placer. Me gusta sentir la leche caliente.

— ¿Tan dura era la vida en casa con tu padre?

— No lo sabes bien… —desvía la mirada.

— ¿Por qué, Valerie? Siempre te quejas de tu padre, pero no me has contado el porqué. Tu padre es uno de los hombres más ricos e influyentes del país. ¡Deberías estar viviendo a cuerpo de reina!

Valerie, tomando valor, da un sorbo a su café y decide contarle uno de sus secretos a Arturo:

— Jamás le he contado esto a nadie… pero quizá me entiendas un poco mejor: mi padre no es mi padre. Quiero decir, es mi padre sobre el papel, pero en realidad es mi padrastro. Cuando mi madre se quedó viuda cuando yo tenía dieciséis años, ese asqueroso consiguió camelársela y se casaron. Me dio su apellido y todo parecía el mundo feliz. Lejos de la realidad, las palizas a mi madre pronto comenzaron a aparecer y cuando ella murió, su ira se centró en mí.

Desde ese entonces he intentado hacerle rabiar. ¡Que se joda!

¿Ves mis tatuajes? Tendrías que ver su cara cuando se los enseñé, casi le estalla la cabeza. Siempre ha querido controlarme y mantenerme bajo su yugo para que mi rebeldía no dañase su imagen. Le ha salido mal la jugada.

Arturo se queda callado con una mirada de tristeza sobre ella.

— ¿Ves por qué no cuento esto Arturo? No me gusta ver esa mirada de lástima. ¡Soy una mujer fuerte!

— Perdona Valerie, lo que me estás contando me está dejando alucinado. No puedo creer lo que me cuentas de él.

— Pues créetelo. Así es la vida. —dice ella terminando el café—. Y ahora, ¡me voy a ganar dinero Arturito! ¿Cuándo te vienes a probar mi arte?

Arturo le sonríe, bajando la mirada.

— Un día Valerie, un día.

Mientras terminan su conversación, en la plaza de aparcamiento número nueve echa el freno de mano el Audi A8 negro en el que viaja Santos y su inseparable escolta, Max, hace un chirrido al frenar. Éste último se queda en el coche esperando a que su jefe regrese. Santos es un hombre ya mayor, 62 años no muy bien llevados a base de litros de alcohol, tiene una panza peluda que contrasta con la cabeza completamente rapada. Su temperamento fuerte y volátil, y es conocido por hacer que las personas se piensen bien dos veces antes de provocar su ira. A través de la puerta que está al lado, se dirige por el corredor a la cabina del glory-hole. Aunque la chica que ha solicitado, Valerie, tiene lista de espera, nadie se ha atrevido a negarle su solicitud. Todo el mundo sabe que hay que llevarse bien con él si no quieres que la desgracia caiga sobre ti.

Una vez dentro, del otro lado Valerie siente su presencia y le anima:

- Vamos, no seas tímido. Enséñame tu polla. ¡Por el agujerito, pervertido!

El calor del habitáculo ha hecho que para esta noche ella se ha dejado solamente con su culotte negro de algodón, dejando al descubierto su torso con sus pechos pequeños pero firmes. Pelo recogido en una mini coleta para que no le moleste mientras exhibe sus artes.

Él no habla. No quiere que se descubra su identidad y se limita a sacar su miembro y meterlo por el tabique, todavía flácido.

Valerie se queda mirando la curiosa mancha de nacimiento color marrón en el tallo con forma circular, y pronto pasa a la acción. La polla está fofa, por lo que comienza tirando encima un buen chorro de aceite aromatizado con olor a rosas para iniciar el masaje desde la base de los testículos. Poco a poco se va endureciendo. Ella sabe bien cómo hacerlo.

Descapulla su miembro y comienza a jugar con su glande aceitoso con sus dedos índice y pulgar con suavidad hasta tener la erección perfecta. Ya tiene la polla como le gusta a ella trabajarla. Esta vez le ha costado un poco más de lo habitual, pero lo ha conseguido.

Del otro lado, Santos sonríe con lascivia.

Ella escucha su sonrisa, con cierta sospecha.

— Te está gustando, ¿eh pervertido?

El hombre asiente con un gemido sin abrir la boca.

Es entonces cuando ella comienza con su recital, utiliza su arma secreta con la que hace que las pollas se conviertan en una central en la que el reactor explota en forma de leche.

Con su mano derecha agarra la base de la polla y comienza a girar apretándola hacia la izquierda. Su otra mano la sigue, cubriendo totalmente el tallo, y gira en sentido contrario, dejando al descubierto el glande, del que se encargan sus labios succionando cualquier líquido preseminal que aceche.

Santos está gimiendo de placer desde el otro lado. Empujando su cadera contra el tabique cada vez de un modo más rudo.

Valerie continúa su actividad, sus dos manos aprietan al máximo y, en un momento las retira y es su boca la que llega hasta el fondo.

Se levanta y, bajando unos centímetros sus braguitas se pone con sus nalgas enfrente del agujero y ayudado de su mano, acerca la polla en medio de ellas para frotársela. La piel de su culo se eriza y el contraste del calor del miembro con el fresco de su piel hace que a Santos le suban espasmos electrizantes desde su polla al cerebro. Está a punto de entrar en fusión y explotar.

Valerie termina su recital girándose y comienza a masturbar con su mano la polla mientras con la otra abre las braguitas por su pubis.

— ¡Ahora es cuando te vas a correr en mis braguitas, pervertido!

Con su mano desde el fondo al final de su polla comienza el último asalto dándole cada vez más rápido y fuerte hasta que en la palma de su mano siente cómo comienza a convulsionar. Momento en el que para y apunta a sus pubis el chorro que sale disparado, mojando el suave tejido de sus bragas y parte de su coño.

En el lado contrario del tabique, él se queda extasiado y gime fuerte pero aguantándose con los labios cerrados para no dar pistas de su identidad.

Cuando finaliza, se coloca de nuevo los pantalones y se dirige a la plaza de parking en donde le espera pacientemente Max. Entra en la parte trasera del coche y se pone cómodo.

— ¿Y bien señor? ¿Qué tal ha ido?

— Muy bien Máx. Realmente es tan buena como dicen – suelta una carcajada.

— Me alegro que le haya gustado Señor Calero.

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