Tercera parte – El regreso
NADIA
Los últimos días con Adrián antes de que regresase a mi país fueron una mezcla de tristeza y desenfreno. Ya no nos cohibíamos: dormíamos juntos, no parábamos de besarnos, de tocarnos, sentirnos, de follar, como si cada uno fuese el último.
Lo hacíamos en todos sitios: en nuestro piso, en el baño del centro comercial, se la chupaba bajo la mesa del restaurante, escondidos en el parque… nos excitaba ser descubiertos.
Dejé de pensar en Andréi y me dediqué a exprimir nuestros últimos momentos juntos. Me sentía viva a su lado. Dormía abrazada a él, apretando su torso entre mis brazos, no quería separarme de él. Cada copa de vino a su lado, cada broma, cada conversación tonta… intentaba grabar en mi memoria sus labios, su mirada, su enorme polla… el tiempo se me escurría entre mis dedos.
El inminente regreso a Moldavia me producía pavor. Regresar a mi vida anterior, estar sin él… no podía imaginarme estar sin sentir su aliente, sin sus besos, sin su sexo en mi interior…
Mi vuelo salía al día siguiente temprano por la mañana y decidí reservar en un restaurante de lujo para cenar juntos esa última noche juntos.
Caro, exclusivo, elegante y con vista panorámica de la ciudad. Así era el restaurante que contaba con una entrada suntuosa. Las puertas de cristal dejaban paso a una alfombra roja aterciopelada en la que al final nos esperaba un trajeado camarero que nos guio hasta nuestra mesa.
Me había vestido para la ocasión con lo mejor que tenía: el pelo recogido en una pequeña coleta, con un ligero toque de gomina para que reluciesen destellos luminosos y quedase perfectamente ajustado. Me había maquillado suavemente, una fina línea de rímel en los ojos, labios pintados en tono rojo pasión. Un vestido negro ajustado, suave y sedoso, con un sutil escote, mangas cortas y la parte inferior me llegaba por encima de las rodillas para marcar mi figura. Debajo, había olvidado a propósito mi ropa interior y solamente llevaba unas medias pantys con un acabado brillante que terminaban en mi cintura con un encaje negro con motivos florales.
Él llegó con una camisa blanca impecable (se la había comprado para la ocasión) y unos pantalones de vestir negros.
Mientras nos tomábamos unas copas de Château Margaus de 2015 ojeamos la carta. Cada sorbo del vino francés caldeaba más el ambiente. Nuestros ojos se cruzaban, permanecíamos inmóviles varios segundos pensando en nosotros, en la tristeza de esa última cena. Pero quería hacerla especial. Por él. Lo amaba.
Ambos pedimos un lenguado a la meunière acompañado de espárragos verdes. La suavidad del pesado, la acidez del limón y el toque sedoso del vino en nuestro paladar hizo que parte de nuestra conversación se centrase en la gastronomía, en los sitios que nos gustaría visitar, en qué vinos probar y qué comida experimentar.
- ¿Sabes, Nadia? Este vino, este aroma me va a acompañar siempre. Me hace pensar en todo lo que hemos vivido este tiempo tan corto e intenso – se le escapó una ligera sonrisa que no ocultaba su tristeza.
- Siento lo mismo, amor. Todo ha sido tan… tan… intenso. Nunca imaginé que este viaje terminaría así…
- Me gustaría que todo esto no termine cuando te subas a ese avión.
- ¿Quién sabe lo que nos depara el futuro? – le sonreí acariciando con mi mano la suya.
- Cada segundo contigo... ha sido único, maravilloso.
- ¡Pues no desperdiciemos los últimos estando tristes! – acerqué mi copa a la suya para brindar.
- ¡Por todo lo vivido!
- ¡Por todo lo vivido!
Repetimos ese mantra varias veces, hasta terminar la botella, y luego otra.
El alcohol ya nos había hecho efecto, y al terminar el lenguado estábamos achispados, bromeando y felices.
- ¿Postre? – le pregunté picarona.
- Eh.. claro.. voy a pedir la carta de postres.
Me levanté para agacharme a su oreja y decirle al oído:
- Veo que no me entiendes… sígueme para el postre. – le susurré para lamer su lóbulo al terminar.
Hice que me siguiera hasta el servicio de mujeres. Era individual. Al entrar cerré el pasador de la puerta para no tener interrupciones.
En cuanto entramos agarré la cara de Adrián con mis manos y le espeté un sonoro beso que terminó con mi lengua en su boca, palpando cada centímetro de la suya. Húmedos.
- Vamos con el postre, mi hombre…
Comencé a frotar sus pantalones con mi mano hasta que conseguí, bastante rápido, que se empalmase del todo.
Con la suavidad y precisión de un cirujano, bajé a cámara lenta la cremallera de su pantalón para seguidamente ver cómo su polla hacía de catapulta al bajar sus boxers.
Con su ropa por las rodillas, comencé a chupársela con ansia. Salibando todo lo posible. Con fuerza, rapidez, apretando mis dientes contra su tenso miembro. Él agarró mi cabeza para seguir mi movimiento.
Un grueso hilo de saliva unía su polla y mis labios cuando me la saqué de la boca para levantarme y besarle de nuevo.
Me giré para quedar de frente al espejo enorme que estaba encima del lavabo. Agarré con mis manos el mármol y le miré a través del espejo para ordenarle:
- ¡Fóllame!
Adrián no dudó en levantar el vestido y dejarlo en mi cintura. Cuando iba a bajarme las medias pantys volví a ordenarle:
- ¡No! ¡Rómpelas!
Así lo hizo, con un movimiento rápido y fuerte las rompió dejando al descubierto mi culo mientras esparcía saliva por su polla para lubricarse.
Cuando noté su glande comenzando a entrar, me incorporé para agarrar con mi mano su cabeza. Nos quedamos mirándonos a través del espejo, con su polla entrando lentamente en mí mientras yo iba apretando su pelo entre mis dedos.
- ¡Vas a dármela fuerte, Adrián! ¡No te contengas!
Él mordió mi cuello, sin dejar de mirarme fijamente en el espejo.
Comenzó a embestirme, a empujarme con fuerza. Cada abatida suya era respondida con un sonoro gemido de mi parte. Estábamos extasiados, nuestros instintos primarios desatados.
- ¡Fuerte! ¡Soy tu zorra!
Adrián agarró con sus manos mis pechos mientras continuaba golpeando mis nalgas con su pelvis.
- ¡¡Sí joder!! ¡¡Sí!! ¡No pares!!
- ¿Te gusta así, zorra?
- Soy una sucia puta. ¡Soy tu puta! ¡Dame más!
Nuestros ojos estaban furiosos de placer. No parábamos de mirarnos mientras su polla no paraba de entrar y salir de mi húmedo y caliente coño.
Hasta que un golpe seco y firme resonó en la puerta, haciéndonos interrumpir el arduo sexo.
- ¡¡Abran!! – se escuchaba desde fuera - ¡Abran la puerta ahora mismo!
Era el camarero que nos había estado atendiendo durante la velada. Claramente habíamos sido muy ruidosos tomando el postre y nos había descubierto.
- ¡No pares Adrián, sigue follándome! – le dije obviando los gritos que se oían desde afuera.
Así lo hizo. Agarré mis manos de nuevo al mármol para facilitar su penetración colocando mi culo en pompa. Él, por su parte, agarró mis nalgas y continuó dejándose llevar.
- ¡Sí! ¡Joder! – continuaba gimiendo.
- ¡Abran inmediatamente! – seguía gritando desde afuera.
- ¡Dame más fuerte Adrián! – respondía a sus órdenes, ignorándolas.
Un estruendo nos hizo parar en seco cuando la puerta cedió de un fuerte golpe desde el otro lado, rompiendo el pestillo y dejando ver al camarero la escena que estábamos protagonizando.
Con un empujón, lo aparté y salimos corriendo del restaurante a medida que tratábamos de colocarnos la ropa en su sitio.
- ¡Creo que no vamos a poder volver a este sitio! – Adrián sonreía a carcajadas cuando corrimos varias calles para alejarnos.
- ¡No! .... Además …. – las carcajadas no me permitían vocalizar- …. No… no…. No había pagado.
Nos besamos después de nuestra pequeña aventura y decidimos parar un taxi para volver a casa.
ADRIÁN
Menos mal que no frecuento restaurantes de lujo, y menos ese, pues no podría volver jamás. La escena fue dantesca, tratando de meter mi polla empalmada en el pantalón mientras corríamos para escapar del camarero.
Continuamos en el taxi besándonos en el asiento trasero ante la atenta mirada del conductor a través del retrovisor. Tuve que sujetar varias veces la mano de Nadia que intentaba sacar mi polla de nuevo para no montar otra escena.
Al llegar a casa, el camino desde la puerta hasta el sofá sirvió para ir aligerándonos la ropa. A cada paso nos quitábamos alguna prenda.
Un paso: Nadia reventó los botones de mi camisa.
Dos pasos: quité su vestido desde la cintura hasta sacarlo por su cabeza.
Tres pasos: mi camisa en el suelo mientras con mis pies me quitaba sendos zapatos.
Cuatro pasos: Nadia bajó mis pantalones que se quedaron a medio camino del sofá.
Me dio un empujó que me hizo sentarme de golpe, rebotando, desnudo y con mi polla erecta y lista para continuar la acción.
Nadia se acercó de espaldas, lentamente, para, con sus medias negras todavía colocadas, rotas y sujetas por el encaje de su cintura, acercar sus nalgas y frotarse lentamente. Sus manos agarraban mis rodillas mientras mi polla palpitaba en medio de sus glúteos bajo su hipnótico movimiento de caderas.
Acercaba y alejaba su pelvis con mi polla en medio.
Arriba.
Abajo.
Derecha.
Izquierda.
Despacio. Sensual. Caliente.
Tras varias repeticiones, acercó su mano tras de sí para agarrar mi polla. Apretándola continuó frotando sus nalgas contra ella.
- ¡Espérame! No te muevas – me dijo mientras se levantaba, con un dedo en sus labios.
Al regresar trajo consigo un bote de gel lubricante. Lo abrió y dejó derramar un gran chorro en la cima de mi miembro y, con la ayuda de su mano, lo esparció por toda la base.
Se giró de nuevo y comenzó a bajar. Yo me ayudé con mi mano para dirigir la polla a su coño, pero me interrumpió cuando rozaba su entrada.
- No, Adrián. ¡Por ahí no! – agarró de nuevo mi polla y la dirigió un poco más atrás- hoy vas a probar el sexo anal.
Con la dirección marcada bajó muy despacio, con sus manos abriendo sus nalgas, para que yo pudiese ver cómo mi glande se introducía en su ano. Estaba apretado, no entraba tan bien como en su húmedo coño, pero se sentía aún más placentero si cabe.
- ¡No me iba a ir sin que probases esto! ¡Dime que te gusta!
- ¡Me gusta mucho Nadia!
- ¿Sólo eso? – siguió bajando hasta que se la metió toda dentro.
- ¡Me gusta muchísimo! ¡Muévete más!
- ¿Quién es tu puta? ¿Quién te folla mejor?
- Tú, Nadia. ¡Tú eres mi puta!
A cada deslizamiento sobre mi polla, su ano se dilataba y el movimiento era más fluido. Ella lo sintió también para aumentar el ritmo del choque de sus nalgas contra mí.
La agarré con mis manos para acercarla a mi pecho, levanté mis pies para colocarlos en el sofá y así poder impulsar mi pelvis para penetrarla y con mis manos comenzar a estimular su clítoris.
Con sus piernas abiertas encima de mí, continué empujando mi polla, cada vez más acostumbrada a su nuevo agujero, para humedecer en su boca mis dedos índice y corazón y continuar en su clítoris.
Los movimientos suaves y casi imperceptibles siguieron con un poco más de presión sobre su ya duro punto G que se humedecía aún más a cada caricia de mis dedos.
- ¡¡Adrián!! – gritó – nos vamos a correr juntos, ¿vale?
- ¡!Vale!! – no paraba de empujar mis caderas.
El choque de nuestros cuerpos resonaba en el salón. Los gritos de placer se escuchaban por todo el apartamento.
- ¡Estoy a punto Nadia!
- ¡Dame más fuerte! ¡No pares de tocarme! ¡FÓLLAME EL CULO ADRIÁN! ¡FÓLLAME!
Seguí dándole fuerte. La sensación que tenía en mi polla era nueva, excitante, no podía más.
- Nadia… me corro! ¡No puedo más!
- ¡Yo también Adrián! ¡NO PARES!
Cuando lo notó, ella empujó su culo contra mí. Mi polla no se contuvo y, en su interior, comenzó a palpitar, vibrando, acelerando mi pulso. Sentí, como no había sentido nunca, cómo una gran cantidad de semen recorría toda mi polla para vaciarse en su interior.
Un primer chorreo que coincidió con su orgasmo y propició que su cadera se contonease rápidamente encima de mí. Sus piernas se cerraron dejando aprisionada mi mano, temblando.
Su orgasmo me excitó aún más, empujé rápidamente mi pelvis para dejar que otro gran chorro de semen la llenase aún más, seguida de las siguientes.
Notaba cómo una gota espesa bajaba por su culo.
- Joder Nadia… ha sido increíble – le susurré al oído mientras ella recostaba de espaldas su cabeza a mi lado.
- Te amo, Adrián.
- Te amo, Nadia.
Se incorporó y despacio levantó su culo para dejar mi miembro caer contra mi pelvis seguido de un chorro de semen que caía desde su culo.
Nos duchamos juntos y pasamos el resto de la noche abrazados y mirándonos fijamente, esperando que la temida hora no llegase.
Pero llegó.
A las 7 de la mañana la acompañé al aeropuerto. La terminal estaba abarrotada. Sonidos de maletas iban y venían, gente despidiéndose, hablando por el teléfono, la megafonía anunciando la apertura de puertas, pero en mi mente el silencio era sepulcral.
No estaba preparado para dejarla ir.
Frente al control del aeropuerto, mi fin de viaje, no pudimos mediar palabra. Tanto ella como yo teníamos un nudo en la garganta que lo impedía. Sus ojos vidriosos se acercaron para darme un último beso.
Acaricié su mejilla. Sequé sus lágrimas tratando de contener las mías.
Dimos un paso atrás cada uno y nos giramos. Estaba seguro de que no la volvería a ver.
En mi pecho, mi corazón dejó de latir unos segundos. No podía con esa sensación.
No pude voltearme para verla irse, por última vez. No quería que mi última imagen de ella fuese yéndose.
Al salir del aeropuerto y llegar a casa, no pude contenerme más. Dejé que las lágrimas me invadiesen y el dolor saliese. Una bomba atómica de emociones me invadió y explotó en mi pecho.
Miré mi teléfono y vi el último mensaje que me había enviado, antes de despegar:
- Te amaré siempre, mi hombre.
NADIA
El regreso a Chisinau fue muy duro. Los primeros días agradecí en cierto modo volver a la normalidad. Me alegré al ver a mi familia. Pero no podía sacarme a Adrián de la mente.
A los pocos días quedé con Andréi. Me suplicó que volviésemos a estar juntos. No pude hacerlo. Cerré esa puerta para siempre.
Pasadas varias semanas, cuando quedé con mis amigas en una terraza céntrica me atreví a contarles todo lo que me había pasado en España.
- Has caído en el cliché del Erasmus Nadia… se te pasará. – me decían.
Pero no se pasaba. Muchas veces me contuve en escribir a Adrián, pero siempre, en el último momento, borraba el mensaje. No quería hacerle sufrir.
Dejé que pasase el tiempo. Pensé que eso haría reposar los sentimientos y vería que no era para tanto. Que era un amor intenso de verano. No ocurrió.
Decidí entonces hablar con mi universidad.
ADRIÁN
Traté de reponerme a la tristeza. La pérdida de Nadia me dejó noqueado semanas. No fue fácil y, aunque me refugié en el trabajo y en los amigos, todo me recordaba a ella. La intensidad de nuestra relación me marcó a fuego y el vacío se apoderó de mí.
No me atreví a escribirle nada. No podía permitirme el lujo de esperanzarme con estar juntos. Pensándolo bien, era una locura. Ella vivía en otro país, su familia, sus amigos, todo lo tenía allí. ¿Qué podía ofrecer yo? ¿Separarla de sus raíces? ¿Irme yo allí? Todo se antojaba imposible.
“El tiempo lo cura todo”. Eso se dice. Pero no es cierto, el tiempo sólo lo enmascara. La herida continúa abierta y sangrando, quizá con menos virulencia. Pero no se cierra.
Pasados varios meses, recibí un mensaje desde un número desconocido:
- [Número desconocido] ¿Buscas compañera de piso?
No le di mucha importancia, ni siquiera me interesaba saber quién me escribía o cómo se había hecho con mi número. Simplemente contesté que no. Pero ese número decidió no parar de insistir.
- [Número desconocido] ¿Estás seguro?
- [Adrián] Sí. No busco compartir piso. Por cierto, ¿Quién eres? ¿Cómo has conseguido mi número?
- [Número desconocido] Sí. No busco que necesita alojamiento permanente en la ciudad. Me ha dado el número una vieja amiga tuya.
- [Adrián] Muy bien, desconocida. Gracias pero prefiero vivir solo.
- [Número desconocido] ¿Seguro?
- [Adrián] SÍ! Por favor, deja de escribirme.
- [Número desconocido] Creo te llaman.
- [Adrián] ¿Qué?
Al recibir su mensaje escuché cómo sonaba el timbre de mi apartamento. Me estaba mosqueando y me levanté enfadado hacia la puerta.
Abrí la puerta y me encontré algo totalmente inesperado para mí.
- ¿Nadia?
- ¡Hola! ¿Buscas compañera de piso?
Fin

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