Cómo embaracé a mi madrastra [1] Una tarde de piscina



Me llamo Daniel, no esperéis a un tipo musculoso ni a un portento sexual en mi historia. Tengo 19 años. Tímido y un poco gordito. Soy de esos que prefieren quedarse en un rincón leyendo, en soledad. Siempre he estado acomplejado con mi cuerpo y por eso evito estar con más gente, ya estoy harto de burlas, risitas y cuchicheos a mis espaldas. ¿Autoestima? ¿Qué es eso?

A los pocos meses de yo nacer, mi madre decidió abandonarnos. Mi padre, Eusebio, nunca fue un hombre cariñoso. Tengo mis dudas de si lo era antes de que mi madre biológica nos dejara, imagino que nunca lo sabré. No tengo recuerdos de ella para ser sinceros. Lo que sí recuerdo son las borracheras enormes de mi padre, siempre oliendo a tabaco y ron, la cantidad de mujeres que han ido pasando por nuestra casa. ..solo venían una vez… no repetían…

Todo cambió hace unos años, la nueva novia de papá parecía venir para quedarse. Un rápido noviazgo desembocó en boda. Mi padre parecía que esta vez sí sentaba cabeza. Esa mujer cambiaría nuestras vidas para siempre: Natalia Montoya, El sol de Colombia.

Natalia es el tipo de mujer que te giras en la calle para observarla. Tiene 37 años. Dieciocho más que yo. Piel morena, suave como si llevara encima el calor de su país natal, ojos grandes, expresivos y negros, pestañas gigantes que encandilan con su mirada y una sonrisa que irradia con sus labios carnosos y dientes marfil. Su pelo cae en cascada oscura hasta sus hombros. Su figura voluptuosa dibuja una cintura marcada, caderas amplias y un pecho generoso que resalta bajo cualquier atuendo que se ponga.

Tiene ese carisma natural, esa dulzura mezclada con picardía silenciosa gracias a su melódico acento.

Para ser sinceros, con el paso de los años me costaba estar cerca de ella. No porque se portara mal conmigo, al contrario, siempre me trataba con cariño y dulzura. En mis autoimpuestas dietas para bajar de peso, trababa de comer poco y, si ella se percataba, me regañaba “Un hombre bien alimentado es un hombre feliz” me repetía para que me acabase la comida del plato, obviando mi obesidad. A lo que mi padre refunfuñaba “se va a poner como una vaca como siga así…”

Comenzaba a despertar en mí ciertas cosas en las que antes no me fijaba: en cómo sus camisetas se ceñían a su cuerpo, en cómo mordía su labio inferior cuando estaba concentrada, en cómo se recogía el cabello de un modo tan sensual… odiaba fijarme en eso. ¡Era la mujer de mi padre, por Dios!

Fue hace ocho meses cuando todo se vino abajo, a las pocas semanas de haber cumplido los diecinueve años.

Mi padre hacía tiempo que había regresado a su rutina alcohólica habitual, y además esta vez había añadido cocaína y violencia. Todos en casa lo estábamos pasando mal, aunque los ratos en los que él no estaba eran más llevaderos. Él trabajaba como taxista haciendo turnos eternos (aunque más de una vez tenía el taxi aparcado en el puticlub, en horario de trabajo).

Natalia era cajera en un supermercado. Y este verano había cogido unas semanas de vacaciones, que pasamos juntos agobiados por el calor de la ciudad.

Llegó el día de mi cumpleaños, un caluroso día de agosto y, solos en casa, con mi padre fuera, Natalia decidió preparar un día especial.

— ¡Mira lo que traigo mijo! Una tarta de chocolate, como las que te gustan. ¡Vamos a celebrar tu cumple! —puso la tarta sobre la mesa con una sonrisa que me derritió— y después iremos a la piscina para librarnos de este calor ¿Qué te parece?

— Eh… no sé si tengo muchas ganas mamá —murmuré nervioso.

La idea de mostrar mis michelines en público no me hacía gracia, a pesar de estar sudando a chorros.

— Ay, Danielito, ¡no seas tan tímido! ¡Es tu cumpleaños! ¿qué tienes que perder? ¡Vamos a divertirnos! —me dijo tocándome el hombro con suavidad.

— No lo sé… ya sabes que no estoy cómodo… mira mi barriga, todos se van a reír…

— ¿Pero qué te pasa? ¿Acaso no ves lo guapo que eres? —insistió con ese acento tan cálido mientras me acariciaba la mejilla—. ¡Nadie es perfecto, pero eso no significa que no puedas disfrutar de la vida!

— Bueno… supongo que podemos intentarlo… —claudiqué.

— ¡¡Eso es!! ¡Vamos a disfrutar de este sol tan lindo! —derrochaba energía con su sonrisa.

Salí del vestuario de la piscina con mi camiseta y bañador XL puestos. Mi corazón dio un vuelco cuando la vi a ella recostada en la tumbona, llevaba un bikini mínimo, ajustado y negro, del que parecía que se le iba a salir todo. Su piel bronceada imperaba y brillaba como nunca.

Sentí confusión y atracción al mismo tiempo. Me excitaba mi madrastra, pero a la vez sentía vergüenza, era la mujer de mi padre…

Cuando ella me vio pasar por el borde de la piscina, se acercó.

— ¡No seas tímido! ¡Quítate la camiseta para que te dé el sol!

— Es que… me da vergüenza…

— Nadie te va a juzgar, anda…

Ella se acercó a mí, es más alta que yo y me agarró la camiseta por abajo, pegándose a mí, y mientras la subía para sacarla por mi cabeza, tuvo la mala suerte chocar contra su enorme busto, haciendo que el top del bikini se saliese. Al sacarme la camiseta, me quedé con la visión de sus enormes areolas marrón oscuro frente a mis ojos, que ella se apresuró a tapar con rapidez.

Mis ojos se quedaron fijos en sus pechos. La situación era tensa para mí, no sabía cómo reaccionar ante la imagen sorprendente y cercana de sus tetas. Sus grandes pechos bronceados en alta definición, a pocos centímetros de mi cara, podía oler su protección solar.

Pero Natalia, como siempre, resolvió la situación con frescura y naturalidad. Se rio para romper la tensión e hizo como si nada.

— Vaya vergüenza yo ahora ¿no? —me dijo guiñándome un ojo.




La tarde en la piscina continuó tranquila, aunque no podía sacarme esa imagen de la cabeza. Me metí al agua y comenzó lo de siempre: un grupo de chicos que se encontraban cerca comenzaron a reírse, mirándome de reojo.

— ¿Lo habéis visto? Va a vaciar el agua de la piscina como salte —decía uno de ellos entre risas.

Quería esconderme y salir corriendo. La situación no era nueva para mí, pero era exactamente por eso que no quería ir a la piscina esa tarde.

De repente, la voz fuerte y chillona de mi madrastra apareció:

— ¿Qué les pasa cerdos? —les gritó con un tono tan firme que todos se callaron al instante— ¿Esto les hace sentirse mejor? ¡Malditos cobardes!

Los chicos comenzaron a mirarse entre ellos, avergonzados por la bronca que les estaba cayendo.

— No sé qué les enseñan en sus casas, —prosiguió señalándoles con el dedo a cada uno de ellos— pero empiecen a respetar a los demás, son unos mocosos sin educación.

Natalia se acercó a mí y, mirando hacia donde estaban los chicos me dijo:

— Danielito, no dejes que unos gonorrea como esos se rían de ti. Usted vale mucho más que esos malparidos.

La tarde continuó lenta, llena de pensamientos confusos que me invadían. Al llegar la noche, cuando mi padre regresó, la atmósfera cambió a peor. Como casi siempre. No me felicitó por mi cumpleaños, tampoco me sorprendió.

Tampoco se molestó en preguntarnos cómo nos había ido el día, él no se preocupaba por esas cosas. Para él, yo siempre fui un inútil, alguien que no lograba cumplir sus expectativas.

Cenamos en silencio, las palabras de Natalia eran las únicas que lo rompían.

— ¿Ya te has informado para la universidad mijo?

— ¿La universidad? —interrumpió mi padre— ¿Para qué? Si no sabe hacer nada…

— Eusebio, basta —le cortó en seco— no puedes seguir hablándole así a nuestro hijo.

— Te recuerdo que es mi hijo, no el tuyo.

Las fosas nasales de mi madrastra anunciaron el enfado que estaba germinando. Mi padre paró con sus comentarios, sabía que la furia de la colombiana no era algo a lo que debiera enfrentarse.

A pesar de todo, sentí un respaldo por Natalia que agradecí.

Ante la discusión abortada, terminamos la cena en silencio y nos fuimos a dormir.

En mi cama, tapado únicamente con la fresca sábana blanca, no conseguía sacarme las imágenes de esa tarde de mi cabeza. Los senos de Natalia desbordando por los costados, tumbada en la hamaca, los senos de Natalia desnudos frente a mi cara, sus caderas…

Saqué mi teléfono y miré las fotos que nos habíamos hecho esa tarde en la piscina. La fotografié varias veces tomando el sol, en la hamaca. Tenía otras fotos que la socorrista nos había hecho, previa petición de Natalia, en la que ella me agarraba el hombro y se mostraba sonriente a mi lado.

Me entretuve mirándolas. Haciendo zoom para ver su sonrisa, sus ojos… y sus curvas. Su diminuto top en el pecho dejaba ver en relieve los pezones a través del tejido, no podía evitar recordar cómo era verlos en primera persona.

Con la mano izquierda sujetando el teléfono, bajé la derecha para introducirla entre mis calzoncillos. Comencé a acariciar mis testículos mientras miraba la foto, cómo el sol iluminaba su figura, sus pechos, redondeados y abultados, sobresaliendo tras el tejido negro de su bikini.

Rozaba, haciéndome cosquillas, mi vello púbico pensando en Natalia.

Mi ritmo cardíaco crecía recordando la imagen de sus pezones, grandes como botones de un abrigo de invierno, a la vez que mi polla se endurecía y aumentaba. Masajeé mi prepucio evocando las protuberancias de sus areolas, irregulares en su contorno, deformándose según aumenta y cae su busto.

El calor aumentaba a medida que apretaba fuerte y la recorría con mi mano.

Sentí su olor, esa mezcla de canela y protección solar. Cerré los ojos y me imaginé saboreando su piel, estaba seguro de que su sabor sería dulce y ardiente. Dibujé en mi mente mi cabeza entre sus enormes pechos… mi mano continuaba dándome placer, deseando que fuese su mano la que me masturbaba.

Cerré los ojos, imaginé cómo sería besar esos labios carnosos, lo que sería desnudarla lentamente, desatando ese top para liberar su busto, bajándole la braga para penetrarla…

… y… llegó…

…apreté fuerte el prepucio por la punta para contener la corrida.

Mi polla, espasmódica e hipersensible, liberó mi semen, contenido por mis dos dedos, mientras un gemido incontenible salió de mi garganta pensando en mi madrastra.

Liberé mi pene y dejé que se me empaparan los calzoncillos, y así me quedé dormido. Bañado en mi semen e imaginándola a mi lado.

No sabía las sorpresas que me iban a deparar los siguientes días.

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