Cómo embaracé a mi madrastra [4] Hogar




La tarde sostenía esa calma que anunciaba que todo iba a estallar, y así fue. Sentado en el sofá, mirando a mi madrastra, solo esperaba que todo acabase. Ella estaba decidida. Había tomado la decisión de poner fin a la relación con mi padre.

— Voy a dejar a tu padre — eso me dijo, la tarde anterior, abrazados en la cama.

Tenía su cabeza recostada en mi pecho, su mano acariciaba mi barriga, y sus lágrimas desembocaban en mi piel mientras se sinceraba.

— Esto no da para más —continuó, cansada— No puedo seguir viviendo así, como si no pasara nada. No aguanto más a tu padre, sus malas formas, sus infidelidades… y ahora… esto que siento por ti, por su hijo…

Yo la escuchaba, atento. También sentía lo mismo por ella, me había enamorado de esa colombiana de 37 años que irrumpió en mi vida como un fuego abrasador.

— Me voy a ir de esta casa, Danielito, mi amor…

Sentí un nudo en el estómago, la posibilidad de perderla me aterraba.

— Yo… no quiero que te vayas sola… quiero ir contigo —traté de sonar calmado.

— ¿De verdad, Danielito? ¿Irte conmigo? —su tono se cargó de emoción.

— Sí, yo tampoco puedo más… y no quiero dejarte sola… siento algo por ti.

Un sollozo es escapó de sus labios. En lugar de responder, agarró mi torso entre sus brazos y apretó con fuerza. La sentía aferrarse a mí, como si fuera su salvación, quizá lo era para mí también.

Y ahí, mirándola sentada el sofá, esperando que mi padre llegase para decírselo… el vértigo me invadía.

Se suponía que esa tarde debíamos estar fuera de casa, haciendo recados. Mi padre lo sabía y no nos esperaba en casa. Por eso, cuando llegó, la sorpresa fue para todos por igual.

Entró, tambaleándose por la borrachera que llevaba, y sujeto a una mujer que a todas luces venía con él para hacer negocios: sexo a cambio de dinero. Mucho más joven que él, probablemente de mi edad, tacones altos, maquillaje corrido, minifalda ridículamente corta. Una prostituta.

— Mira quién está en casa… la reina de Colombia —dijo él con prepotencia. No le importaba la escena.

Mi madrastra no dijo nada, sus ojos irradiaban furia, permaneció en silencio observando la escena, manteniendo la compostura.

Mi padre metió su mano en el top de la mujer, queriendo provocar a Natalia… y lo consiguió.

— Basta, Eusebio… su hijo está delante —me señaló—, ¡un respeto!

— ¿Me vas a decir tú, maldita, lo que tengo que hacer en mi casa? —sus palabras casi no se entendían gracias a la borrachera que portaba.

La prostituta se quedó al margen, observando con desinterés, como si fuera algo que había vivido más veces.

Natalia se acercó frente a frente a mi padre.

— Me voy, Eusebio… haz lo que te plazca. Fóllate a quien quieras, aquí, en tu casa, en el hotel, en el puticlub… ¡ya no quiero saber de ti!

Sin previo aviso, él la empujó hacia atrás y levantó la mano. El golpe la hizo tambalearse.

— ¡Lárgate, zorra! —gritó, apuntándola con el dedo— ¡Vete de esta casa ahora mismo!

No pudo acertar otra vez con el segundo golpe porque yo me había levantado rápidamente para interponerme y apartar a mi padre de Natalia.

— ¡¡Déjala en paz!! — le ordené, con rabia, empujándole.

La prostituta, al ver la pelea, comenzó a reírse con sarcasmo y salió por la puerta, dejándonos a nuestra suerte.

— Ahora resulta que el inútil tiene agallas —trataba de reincorporarse— menudo par de idiotas.

— ¡No te aguanto más! ¡Me voy! ¡Me voy con Natalia! ¡Jamás volveré a estar bajo tu techo!

— ¡No te aguanto más! ¡Me voy! ¡Me voy con Natalia! ¡Jamás volveré a estar bajo tu techo!

— ¡Ya estáis tardando, hijos de puta!

Y así hicimos, recogimos unas maletas con nuestras cosas y nos fuimos. Al bajar las escaleras vimos que la prostituta regresaba a casa… parece que a mi padre no le importó seguir con su rutina.

Natalia y yo nos encontramos en la calle, con los maletones, y sin destino.

— Vayámonos a una pensión unos días, Danielito… tenemos que encontrar un nuevo hogar.

Los siguientes días fueron un caos. Pasamos varias noches en una pensión barata, con paredes agrietadas y oliendo a humedad. Natalia se pasaba el día caminando de un lado a otro, revisando anuncios de alquiler.

— Mijo, está jodido encontrar algo decente y barato… —se quejó, dejando caer el teléfono sobre la cama.

Finalmente, encontramos algo. Diminuto, apenas una cocina americana con una barra que separaba el salón del único dormitorio con baño que había. Paredes con papel pintado, y una ventana a un patio interior.

— Esto es un huevito, Daniel… —susurró recorriendo la habitación.

— Nos acostumbraremos. —respondí convencido.

Natalia sonrió por primera vez en días, desde que habíamos dejado atrás el infierno de la casa de mi padre. La vi feliz verdaderamente.

— Nuestro hogar… —dijo con luz en sus ojos negros.

Yo pude liberarme en ese tiempo de las vendas que me inutilizaban las manos. Acomodamos, como pudimos, la casa a nuestro gusto. Y gozamos el uno del otro, sin tener que reprimirnos ni escondernos. Nuestro amor se había transformado en una llama que podía arder a plena luz.

El espacio reducido no era un problema para nosotros. Una tarde, preparando un postre, con el aroma de la harina y el azúcar, Natalia se había decidido a preparar algo especial, y yo la ayudaba. La harina cubría la barra americana, nuestras manos manchadas, pero el caos no era un problema… era un juego.

Todavía hacía mucho calor y nuestras vestimentas iban acorde. Yo había dejado atrás mis inseguridades y me paseaba por casa con un pantalón corto, mostrando mi barriga y michelines. Ella, siempre sensual, tapaba sus bragas con una camiseta mía de tiras, sin sujetador, desatando mi fervor.

— Mira cómo me te has llenado de harina, Danielito… pareces un pastel —dijo entre risas, con ese acento tan característico de ella.

Me acerqué a ella, y la embadurné. El blanco de la harina contrastaba con el fuerte moreno de su piel.

Sin mediar palabra, me regaló un suave beso que se fue profundizando y recorriendo mi espalda mientras yo la tomaba por la cintura, sintiendo el calor de su cuerpo a través de la ropa.

Con un rápido movimiento impulsivo, aparté barriendo los enseres de la barra americana para sentarla encima de la harina que todavía quedaba ahí.

Nuestras lenguas se buscaban, nuestros cuerpos se presionaban. Los suspiros de Natalia invadieron el aire mientras acariciaba mi pelo y mi boca descendió hacia su cuello. La pasión estaba desenfrenada.


Ayudado por su cadera, que se elevó, le bajé las bragas y ahí la tenía: sus muslos abiertos de par en par, mostrándome su preciosa vagina.

Me agaché y acerqué mi boca, decidido a probar su sabor. Con las manos en sus muslos y las suyas en mi cabeza, comprobé su sabor salado en la punta de mi lengua que comenzaba a saborear sus notables labios mayores.

En mis pantalones, la erección llamaba a la puerta.

Dejé caer saliva en su clítoris, que descendió por su raja, para seguir con mi lengua dibujando círculos. Mi madrastra continuaba apretando mi pelo entre sus dedos y acercando con ímpetu su cadera a mi cara.

Endurecí mi lengua y la introduje. Mis ojos tenían su vello púbico enfrente, estaba húmeda, sus muslos irradiaban calor en mis orejas.

— Ohhh… Danielito… esto está chévere… —gemía con ansia.

Inmersa en la pasión y ardiente, me retiró para dar un salto desde la barra americana, quitarse la camiseta, desnudarme y ofrecerme sus nalgas mientras se apoyaba en la madera.

Agarré sus moldeados glúteos morenos y llevé mi polla a la entrada de su coño. Ayudado por su mano bajo la pelvis, la introduje suave y gradual. Sin prisa, disfrutando de cada centímetro que se humedecía en su interior.

— Dámelo, papito… dame fuerte mi amor — sollozaba estremecida.

Embestí con ganas, sus pechos se embadurnaban de harina con el balanceo que provocaba.

— Qué rica picha tienes…—repetía, inclinando su cabeza, mientras agarraba su larga melena negra entre mi mano izquierda.

Con la derecha continuaba agarrando su cadera que mantenía su movimiento fluido al choque de mi pubis.

— Te deseo tanto, Natalia…

Sus gemidos aumentaron y dejaron paso a los gritos de placer, sus piernas se estremecieron para anunciar su orgasmo.

— ¡Qué nota! ¡Me estoy corriendo, mi amor!... Ohhh… Daniel… SIIIII…

Se tumbó, relajada tras su clímax, en la barra americana durante unos segundos antes de satisfacerme a mí.

— Ahora le toca a usted, mi amor —me dijo, mirándome a los ojos mientras se arrodillaba.

Puso mi polla entre sus pechos, repletos de harina, y apretó con sus manos hasta aprisionarla.

— Ahora yo te voy a dejar como un trapo, Danielito…

La piel del prepucio se movía entre sus grandes pechos, morenos y teñidos de blanco por nuestro intento de repostería.

Subía despacio, para bajar de golpe. Dejando tirante mi glande descubierto.

Varias veces. Mientras su mirada no se apartaba de la mía.

— Va a darme su lechita, señorito… —sonreía, pícara.

Continuaba, arriba despacio, abajo con fuerza. Mi polla estaba llena de harina también.

Agarró mi miembro con la mano, con la otra sostenía en alto el peso de su pecho izquierdo. El líquido preseminal mojó su duro pezón a su paso.

Terminó con su mano, masturbando mi polla que chocaba contra su seno que rebotaba como un oleaje ante los golpes agitados de su mano.

— ¡Córrete Daniel! —intensificó el ritmo.

Estaba a punto de explotar, mirándola desnuda, ardiendo.

— Ya va… Me corro… ME CORRO… YA….

Apuntó la cabeza en dirección a su canalillo. Un gran chorro blanco cayó entre sus pechos, la siguiente remesa la dirigió a su pezón y terminó dejando caer el resto en sus dos senos, alzados con su brazo sosteniéndolos por abajo.

Su piel morena terminó manchada de harina y de semen denso, que esparció con lujuria, mirándome con deseo.

No terminamos la tarde de repostería, pero nos comimos el uno al otro.

Y así continuaron nuestras semanas, entre sexo, amor, desenfreno. Aunque tratábamos de usar protección, nos gustaba hacerlo sin nada de vez en cuando. Era más placentero. Ella tenía cuidado de controlar sus días fértiles para no tener ningún susto.

Terminó la época de calor, y también sus vacaciones. Comenzó el curso y, aunque seguí asistiendo a la universidad, decidí buscarme un trabajo para las tardes para colaborar con la economía familiar.

La sorpresa nos llegó, cuando, tras varios días encontrándose mal, decidió visitar al médico que le informó de lo que le ocurría: estaba embarazada.


Continuará…

_

¡¡Déjame tu comentario y dime qué es lo que te ha gustado!!

Comentarios

Publicar un comentario