La noticia del embarazo cambió, de modo inmediato, nuestras vidas. Natalia pasó a preocuparse de cómo iba a seguir con su vida siendo madre. Yo, por mi parte, después del shock inicial, agarré con alegría la noticia. Me convertí en adulto, aceptando mis responsabilidades. Sabía que a partir de ahora debía cuidar a Natalia y a nuestro bebé.
Me dediqué en los siguientes meses a cuidar de Natalia, preparándole comidas sanas, ayudándola en lo que podía, aunque ella insistía en que no necesitaba ayuda. Solía despertarme antes que ella, para inundar la casa con el aroma del café recién hecho y preparar el desayuno.
Ella comenzó a experimentar los cambios con el paso de los meses. Su barriga se hizo visible. Se pasaba más tiempo en el sofá, descansando.
Yo decidí cuidarme también, perdí peso. Una buena alimentación y gimnasio me hicieron perder el peso que me sobraba, dejándome una figura fuerte y musculada que jamás había tenido. Las burlas y comentarios de las mujeres dieron paso a miradas hacia mí. Las mismas chicas de clase que me llamaban “gordo”, “asqueroso”, “bola de grasa”, ahora trataban de ligar conmigo. Pero mi corazón tenía dueño, y yo no estaba por la labor de acercarme a esas víboras interesadas en el físico. Natalia me había querido siempre como yo era, no por mi aspecto. Y eso, ellas nunca lo tendrán.
Llegó el octavo mes de embarazo, Natalia había dejado de trabajar hacía semanas y yo seguía estudiando y trabajando para sacar a nuestra familia adelante en nuestro diminuto hogar.
Ella estaba más hermosa que nunca. Yo me sentía más fuerte y maduro. La vida me había cambiado, en todos los aspectos.
Esas semanas antes del parto, las pasamos más unidos que nunca. Un día, al bajar al salón, la encontré descansando en el sofá, con sus manos posadas en su enorme barriga. Su largo vestido flojo de premamá la cubría. Sus mejillas estaban más hinchadas por el aumento de peso. Para mí era preciosa.
Me acerqué con cuidado y la besé en la frente, ella abrió los ojos lentamente, a medio despertar, y sonrió.
— Te amo, Danielito. No sé qué haría sin ti.
— Te mereces todo, mi amor.
Sus cambios de humor eran considerables, a veces me regañaba con su furia latina y, sin embargo, otras, gracias a sus cambios hormonales, estaba desatada, queriendo sexo.
Hoy parece que era un día de lo segundo.
Desde su posición, sentada en el sofá, agarró el cuello de mi camisa y me arrastró hasta ella para besarme. Se levantó y me quitó la camisa.
— Qué fuerte te has puesto… —dijo acariciando mis pectorales.
Desabrochó el cinturón y, de un tirón seco, me lo quitó para continuar con mi pantalón. En cuestión de segundos me tenía desnudo frente a ella.
Me empujó, sentándome en el sofá, donde estaba ella antes.
Se quitó el vestido y se sentó encima de mí, con ansia, tenía ganas de mí.
Estimuló mi polla hasta que estuvo erecta y, apartando hacia un lateral sus bragas, se la metió dentro sentándose encima.
Pesaba, su enorme panza chocaba contra mi musculado abdomen… ¡Quién lo hubiera dicho hace tiempo!
Cabalgando encima de mí, desabrochó el sujetador que quedó tirado en el suelo. Cogió mi cabeza y la dirigió a sus pechos, que habían crecido aún más con el embarazo.
— Chúpamelos Daniel! Me duelen...
Hoy era uno de esos días en los que parecía querer sexo duro.
Agarré con mis mano su pecho izquierdo, estrujándolo, y metí el pezón duro en mi boca.
Mientras ella continuaba con la danza en mi polla, noté cómo de su pecho salía leche.
— ¿Natalia? …
Ella se percató de lo que ocurría.
— Es normal… estoy a punto de parir… va a salir leche… sigue chupando…
Parecía que cuanto más succionaba sus pezones y liberaba leche, más ardiente se tornaba.
Comenzó a saltar. Con sus caderas, y su peso, inició un entra y sale en mi polla. Sus pechos rebotaban en mi cara a la vez que sus caderas me golpeaban.
Yo continuaba sacando su leche, tragándomela. No sabía por qué pero me excitaba.
Decidí tomar el mando de la situación, sabía que le gustaba que yo me tornase brusco. La levanté y la hice sentarse en mí, pero de espaldas.
Aún con el sabor de su leche entre mis labios, arqueé las piernas en el sofá. Con una de mis manos acaricié su barriga, mientras la otra la dirigí al clítoris.
Mientras, con mis piernas haciendo tope en el sofá, movía las caderas para penetrarla suavemente, mis dedos acariciaban su clítoris, enorme y excitado.
— Ohhh Daniel… Me matas…
Subí la mano de su vientre a su pecho, estrujando el pezón del que volvía a salir leche que notaba en mis dedos.
Cada vez que mis dedos apretaban su pezón, ella me acompañaba con gemidos de éxtasis.
— Sí mi amor…
Mi otra mano continuaba en su clítoris humedecido, frotándolo.
Sus piernas anunciaron su orgasmo antes de sus gemidos. Los calambres, que hicieron que se cerrasen siguieron al conjunto de “Ohhh… Daniel… Sí…Ohhh” que duraron varios segundos.
Aprovechando su orgasmo, yo hice mi parte apurando mis penetraciones para terminar corriéndome en su interior.
Ambos nos quedamos extasiados y mojados.
Fue la última vez que tuvimos relaciones antes del parto. A las pocas semanas nació nuestra hija, Samantha.
Con el paso del tiempo conseguimos un apartamento más grande en donde nos mudamos los tres.
Yo continué estudiando y trabajando, haciendo muchas horas. Con mucho esfuerzo terminé la carrera y mejoré mi puesto laboral.
Natalia se quedó en casa una buena temporada para cuidar de la niña.
Nuestra historia no resultó fácil al principio, pero terminamos formando una familia a la que adoro.
Fin de esta historia
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