#Capítulo 2: Oportunidades#
Cuando Sofía llegó a la sede de Horizonte Democrático notó que el ambiente estaba más bullicioso de lo habitual. Las risas contenidas, cuchicheos, murmullos y miradas furtivas entre los miembros del partido aumentaban a su paso.
La joven estratega, ajena a todo ello, caminaba hacia su puesto con una extraña sensación. Sentía las miradas clavadas en ella.
— ¿Qué pasa hoy? —le preguntó a Mónica, sentándose en su silla.
La cara desencajada de su amiga no presagiaba nada bueno.
— Sofi… —susurró, agarrándola del brazo—. No mires el correo…
No hizo caso. Abrió el e-mail enviado desde una dirección anónima y el video adjunto.
Ahí estaba ella, desnuda, con dos hombres. Era un video de 30 segundos con los “highlights” de su trío de ayer. Dos hombres enmascarados, ella, doble penetración, mamadas, corridas, gimiendo…
— No… no… NO…NOOOO – murmuró, con un llanto implosivo.
Alzó la vista y vio la sonrisa socarrona de sus compañeros. En grupitos, se reían mirándola de reojo, alguno hacía gestos con la lengua en el paladar…
— Bonito espectáculo…
— ¡La mamada de la estratega!
— ¡¡Tenemos una pornstar en el partido!!
Varios comentarios, anónimos y a lo lejos comenzaron a oírse en la oficina.
Sofía sintió cómo el mundo se derrumbaba a su alrededor.
— Hijo de puta… —dijo en un susurro inaudible.
Mónica se acercó a ella.
— ¿Qué?
Sofía se levantó de golpe y, estampando el portátil para estamparlo en el suelo, gritó con rabia.
— ¡¡¡HIJO DE PUTAAAA!!! —Las risas cesaron al oír el bravo grito de la mujer.
Con la furia de un animal herido, buscando venganza, se dirigió al despacho de Andrés López, en donde estaba a su lado, fiel como siempre, como un perro domesticado, Miguel Porro.
— ¡¡¡Eres un hijo de puta!!! —le espetó dando un portazo tras de sí.
Andrés, con su calma habitual, sin inmutarse, levantó la mirada.
— No te confundas, Sofía…
— ¿Por qué me has hecho esto? —preguntó alzando los brazos, en espera de una respuesta que la calmase.
Miguel se interpuso en su dirección, frenándola.
— Ayer estabas más mansa… zorrita…
Los ojos de Sofía parpadearon, asombrados, una luz blanca cruzó su mirada.
— ¿Eras tú? —preguntó con asco.
Miguel pasó su dedo por el bordado de la camisa de ella.
— Claro que era yo, zorra…
La sonrisa irónica se le cortó cuando recibió el escupitajo de ella en la cara.
— ¡¡Estúpida!! —le soltó una sonora bofetada.
Angustiada, con miedo, con rabia, con las lágrimas humedeciendo sus párpados, a punto de derramar su rímel… miró a Andrés buscando entender la situación.
— ¿Por qué Andrés?
Él no reaccionó al instante, estaba disfrutando del poder que ejercía sobre ella. Miguel, por su parte, limpió la saliva de su rostro con indiferencia.
Con los ojos brillantes por la furia y el dolor, se acercó a él para repetirlo.
— ¿Por qué, Andrés? ¿Por qué? —repitió con la voz quebrada.
El rostro de Andrés reflejaba una sonrisa macabra, finalmente mostraba su cara ante ella.
— Porque puedo. Porque quiero. Porque te has acercado a mi mujer… ¿crees que puedes chantajearme? ¿Has olvidado quién soy? Esto es solo una advertencia.
Vamos a dejarlo claro… solo te quiero para follar. Has visto lo fácil que me resultaría destrozarte la vida. Esto, insisto, es solo un aviso.
Sofía retrocedió un paso, buscando respuestas en el caos que sentía. Había estado ciega todo este tiempo. El Andrés que admiraba y amaba no era más que un monstruo, un sádico.
— Todo fue una mentira, has jugado conmigo… —dijo bajando la mirada a la moqueta del suelo.
— Al fin lo entiendes —la sonrisa burlona de Andrés se contagió a su lacayo.
El rostro se le tiñó blanquecino, pálido. Una furia hirviente ebullía en su pecho, apretaba su puño con fuerza. El corazón aporreaba su pecho. Contuvo las ganas de destrozar todo. Fue capaz de mantener la mente fría a pesar de no poder reprimir las lágrimas de rabia que humedecían sus mejillas.
Miguel se acercó a ella con la mano directa a su cadera, pero no llegó a alcanzarla. La patada directa a sus testículos le obligó a ocupar sus manos en sujetar sus partes mientras se retorcía de dolor en el suelo.
Sofía se giró hacia la puerta y, con una mirada fría directa a los ojos de Andrés dijo tajante:
— Te vas a arrepentir.
Andrés la observó en silencio mientras salía por la puerta. No sabía que acababa de despertar un huracán imparable.
Mónica, que había observado toda la situación de lejos, consoló a su amiga unos minutos. Estaba devastada, algo en su interior se había roto para siempre.
Mónica lo sabía, había visto las decenas de veces que le habían roto el corazón a su frágil amiga. Esta vez era distinta, los ojos de Sofía ardían deseosos de venganza.
— Es la última vez, Mónica —dijo entre dientes—. La última vez que me dejo que un hombre me utilice. Este me la va a pagar…
Ambas decidieron presentar la dimisión esa misma mañana en el partido y regresaron a su casa.
Los ventanales del salón de su apartamento eran altos y dejaban entrar la luz de la tarde. El aire olía a tabaco. El sofá de terciopelo azul marino en forma de L se convirtió en su refugio improvisado.
Mónica sirvió dos copas de vino tinto en silencio, dejándole tiempo a Sofía para recomponerse.
— Es como si me hubieran arrancado una venda —suspiró tomándose un trago largo de su copa.
— No te voy a decir que te lo había advertido… pero…
Sofía asintió, perdida en sus pensamientos.
— Gracias por apoyarme, Mónica. Pero ahora tú también te has quedado sin trabajo por mi culpa.
— No pienso trabajar para ese pervertido… no sabes la de cosas que ha hecho… y tratarte así… esto ha sido la gota que colma el vaso.
Sofía se fundió en un fuerte abrazo con su amiga.
— ¿Y ahora qué? ¿A qué nos dedicaremos? —preguntó Sofía.
— Podríamos… no sé… ¿hablar con otros partidos políticos? ¿Cambiar de bando?
— Yo paso. Todos son la misma podredumbre… la misma mierda con otro color.
— ¿Una agencia de comunicación? Tengo contactos… —Mónica se rascó la barbilla.
Su amiga negó con la cabeza y se quedó pensativa, mirando a su derecha. De pronto sus labios se curvaron con una sonrisa maliciosa.
— Espera Mónica… ¿Y si en lugar de alejarnos de ese mundo… y si en lugar de escapar… nos aprovechamos de ellos?
— ¿Cómo? Explícate —se inclinó hacia ella para escuchar su argumento.
Los ojos de Sofía mostraron una chispa.
— Los vicios —dijo con una media sonrisa—. Todos son unos hipócritas, cuanto más poder, más degenerados, más infieles, más pervertidos, más drogas se meten… y más miedo a ser descubiertos.
— ¿Quieres chantajearles?
— No… ¿Y si pudiéramos sacar rédito de sus vicios? El político que engaña a su esposa, la mujer que quiere probar un trío, el chico que quiere probar con otro chico… todos comparten algo… la clandestinidad, ocultos, anhelan privacidad, que sus secretos no salgan a la luz… ¿Por qué no facilitárselo a un módico precio?
— No te sigo Sofi…
— ¡Un hotel, Mónica, un hotel!
— ¿Un hotel?
— Sí, un hotel. En donde puedan hacer todo lo que quieren, en donde paguen por ocultar sus vicios. Exclusivo, discreto, donde no puedan estar expuestos a escándalos. Un sitio elegante pero preparado para sus fantasías. Un santuario para sus pecados.
Mónica se reclinó en el sofá, procesando la idea.
— Sofía… tu idea es… ¡¡es brillante!!
En ambas amigas surgió una chispa de emoción. Lo que había comenzado como una tragedia se estaba transformando en una oportunidad.
Para celebrar su gran idea, esa noche decidieron salir. El cuerpo les pedía liberarse, despejarse y celebrar.
Entraron a un bar de rock, oscuro, en el centro de la ciudad. Las paredes de ladrillo se iluminaban por las luces rojas del techo. La música era cruda, baterías pesadas y guitarras distorsionadas.
Ambas se habían vestido despampanantes. Sus melenas al viento, sendos tops negro y azul que dejaban poco a la imaginación. Mónica con una minifalda minúscula, y Sofía, un poco más recatada, hasta la rodilla, de cuero.
Se sentaron en la barra de madera.
— Dos whiskeys. Sin hielo — Mónica pidió por las dos.
— Por nuestro hotel —Sofía levantó su vaso.
Tras varias bebidas, con el alcohol haciendo efecto en su cuerpo, debatieron sobre el nombre de su próximo negocio.
— Tenemos que ponerle un nombre —dijo Mónica encendiéndose u n cigarro.
— Algo que suene exclusivo, poderoso…
Mónica hizo un gesto con la mano, anunciando la idea que acababa de ocurrírsele.
— Piénsalo Sofía… empresarios, jueces, banqueros, políticos… Se creen los dueños del mundo. Se mueven en las sombras. ¿Acaso no son una especie de realeza moderna?
— Dios… Mónica. Lo tengo.
— ¿Qué?
— Monarquía. Es elegante, exclusivo…
— Exacto, Sofi… todos esos se creen reyes y reinas… les daremos su castillo. ¡El Hotel Monarquía!
Ambas levantaron sus vasos de whisky para celebrar el nacimiento de su hotel.
— ¡Por Monarquía!
— ¡Por nuestro castillo del placer!
Sofía le dio un codazo a su amiga para llamar su atención.
— ¿Se me está subiendo el alcohol mucho o esos dos no paran de mirarnos?
En la otra punta de la barra estaban dos hombres, bebiendo, que a todas luces estaban hablando de ellas y mirándolas de refilón. Ambos rozando los 30 años.
El más alto, negro y con un físico fuerte, la camiseta ajustada marcaba sus músculos claramente ejercitados en gimnasio. Con el pelo afro sobresaliendo un par de centímetros en su cabeza, rapada por los lados.
El otro, un poco más pequeño que su amigo, siendo alto también, moreno, delgado. Con su pelo negro bien perfilado y peinado a un lateral.
— No nos quitan ojo… dijo Mónica.
— Yo estoy cachonda… y cansada de que me follen. Quiero follarme a uno. Me pido al negro.
Mónica miró con pillería a su amiga.
— Me quedo con el guapito de cara —le dijo al oído.
Se acercaron a ellos y comenzaron la danza del flirteo.
— ¿Venís mucho por aquí? —preguntó Sofía.
— Es la primera vez —contestó el negro.
— Soy Mónica y esta es…
Mónica no terminó su frase. Sofía lanzó sus a la boca de su objetivo nada más este acabó su frase y lo apartó unos metros de los dos.
— Vaya… tu amiga no se anda por las ramas —dijo el otro chico.
— Sí… lleva un día de cambios…
— Soy Arturo —le dio dos besos a la rubia.
— Mónica, un placer.
Tras unos minutos de charla, y mirando cómo Sofía se comía a su amigo, Mónica escuchó atenta la charla de Arturo.
— Trabajo en un hotel, en la recepción, pero estoy un poco harto de mis jefes…
— Parece que hoy es un día de coincidencias —le dijo Mónica, pícara.
— ¿Cómo?
Mónica le interrumpió colocando con rapidez las manos en su cara y besándole. La excitación también había hecho mella en ella. Arturo abrió sus ojos de par en par por la sorpresa.
Vaya mujeres más lanzadas. -pensó.
Agarró la mano de él y se la puso en su culo.
— ¿Follamos? —le dijo al oído, mordiéndole la oreja.
Sin dejar que respondiese, le agarró la mano y se dirigieron al baño de mujeres.
Allí, el olor a cerveza derramada se mezclaba con el del desinfectante barato que se usaba para limpiar. Un tubo fluorescente parpadeaba los retretes separados por tabiques de madera verde desgastada que dejaban con su elevación la vista de los pies de los ocupantes.
Se metieron en el último cubículo, entre besos lujuriosos y sobeteos. Mónica le hizo sentarse en la tapa del retrete.
Se colocó encima de él y prosiguió la fogosidad besando su cuello y dejando que él saborease el suyo.
Bajando los tirantes finos de su top negro, desabrochó su sujetador para liberar sus enormes senos que cayeron contra el pecho de Arturo.
Él agarró ambos con sus manos, mientras ella comenzaba a frotar su cadera contra su pelvis, provocando el aprisionamiento de su polla. Recorrió con su lengua los rosados pezones, que se habían endurecido casi tanto como su músculo ahí abajo.
Mónica, con habilidad y experiencia, la liberó de sus pantalones. Elevó su cadera y, apartando el tanga rosa que llevaba, fue bajando despacio, dejando que su vagina se dilatase al paso de su ancho y fuerte miembro que se lubricaba a su paso en el interior.
Un golpe seco retumbó en la madera del lateral, que crujió con el impacto. Vibrando con un eco que recorrió toda la estructura.
Era Sofía con su amante. Habían decidido continuar su pasión en la intimidad del baño.
Ella había empujado al amigo de Arturo con fuerza contra la madera y le estaba bajando la ropa para que le mostrase su gran polla: negra por la base y rosácea en su cima.
Sofía estaba embriagada de placer, absorta por el éxtasis, y comenzó a besar con sus labios jugosos la cabeza de su miembro, saboreándolo como el más exquisito manjar.
Con sus manos, que no conseguían abarcarla por completo, le masturbaba mientras con su lengua y sus dientes jugaba con el glande. Dejando en el glande las marcas de sus incisivos.
Sedienta de placer.
Hambrienta por dominarle.
Se levantó y dejó sus bragas encima del retrete para saltar encima de él con un movimiento ágil y preciso. Aferrándose fuerte a sus musculosas piernas, dejándose descender para que su venoso miembro entrase en ella.
Gimiendo a gritos al sentirle dentro.
Su rostro reflejaba pasión y triunfo. Era ella quien dominaba la situación, quien marcaba el ritmo.
— Te voy a reventar —le gritaba entre gemidos.
El negro la agarraba con sus manos en las nalgas, tratando de contener su furia sexual. Ella se movía con poder en cada uno de sus balanceos.
Del otro lado, Mónica se había encendido más escuchando los gemidos de su amiga, que sentía desbocada oyendo cómo la madera se movía al ritmo de las piernas y caderas de Sofía.
Se había colocado, apoyada en el retrete, ofreciendo sus nalgas a Arturo que comenzó a penetrarla agarrado a sus caderas.
— ¡Fuerte, Arturo!
El hombre no dudó y un constante e intermitente “plas, plas, plas, plas” no cesaba de resonar en eco mientras embestía a Mónica con fervor.
La madera que los separaba parecía ceder con los saltos que Sofía estaba realizando encima de su hombre, que estaba sudando extasiado. Jamás le habían follado con tanta furia.
— ¡¡Ahhh!! Sí!!! ¡¡¡Mmmm!!! —Sofía no se contenía en explotar su éxtasis.
— Me estás matando —gemía él.
Sofía soltó una carcajada y apretó con fuerza sus piernas, que continuaban envolviendo su cadera, para moverse más rápido aún, como si quisiera matarle de placer.
Las piernas de él comenzaron a temblar cuando llegó el clímax.
Con la fuerza de sus caderas Sofía continuaba llevándole al éxtasis y él no pudo más que caer de rodillas, sujetándola cuando su polla estalló y se corrió dentro de ella.
Ella continuó, con él arrodillado, moviéndose hasta correrse.
Se corrió clavando sus uñas en la espalda de él. Su grito incontenido, alto y liberador sonó tan alto que del otro lado propició el de Mónica.
— Sí, ¡¡¡joder!!!— Mónica se estaba estimulando el clítoris, inclinada mientras Arturo la seguía penetrando, cuando llegó su orgasmo— ¡Ostia puta! ¡Arturo! ¡¡Cómo follas!!
Al terminar su eyaculación, fue directa a provocar la de él. Se giró rápidamente para, arrodillada, machacar la polla de Arturo entre sus grandes pechos.
Escupió en ella.
La sacudió.
Apretó sus senos fuerte. Aprisionándola.
Y de este modo llegó. Con los ojos cerrados, las tetas con su polla en medio y su boca abierta, Mónica recibió el chorro de semen que cayó en sus labios y lengua.
Arturo estaba con la cabeza inclinada hacia atrás, el cuello rojo de los arañazos de las uñas de Mónica, los ojos desorbitados del brutal orgasmo. Gimió al soltar su esperma.
A media eyaculación, ella introdujo su polla en la boca para terminar de recibir su espeso líquido dentro.
Y así terminó el ajetreado día para Sofía Martínez y Mónica Villa. Llegaron a su casa y descansaron hasta mediodía del siguiente.
Tenían trabajo pendiente, y lo primero sería buscar la ubicación de su Hotel.

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