Monarquía:Origen (3) El Monasterio


 
#Capítulo 3: El Monasterio#

Mientras conducen hacia su destino, en la radio suenan las últimas noticias del escándalo en la ciudad y en Horizonte Democrático:

"Andrés López, líder de Horizonte Democrático y reciente ganador de las elecciones, se enfrenta a uno de los mayores escándalos políticos de los últimos tiempos. Filtraciones de documentos prueban su implicación en múltiples casos de corrupción, sobornos y tráfico de influencias. La opinión pública está conmocionada, y la oposición ya ha pedido su renuncia..."

Ambas mujeres se miran y se ríen a carcajadas, la venganza que habían planeado había dado su fruto. Lo que no sabían sería que Andrés López no pararía su furia contra ellas.

Al llegar al Monasterio de San Judas de los Montes apreciaron la decadencia del edificio. El paso del tiempo había dejado huella en la piedra desgastada de sus muros, ennegrecidos por la humedad y las lluvias. La hiedra cubría el resto, trepando hasta los arcos de las ventanas tapiadas.

La gran puerta de madera de la entrada principal aún conservaba restos del tallado, erosionado.

A un lado, casi oculta entre los árboles, estaba una pequeña capilla. Con una estructura humilde, pero con aire solemne y el techo inclinado, muchas tejas están rotas o desaparecidas.


Se fijaron en la figura que caminaba pensativa por el patio. Un apuesto monje, con una larga túnica marrón holgada hasta los tobillos, con el pelo casi rapado del todo las recibió extrañado.

— ¡Buenos días! —preguntó Mónica— ¿Este es el Monasterio de San Judas de los Montes?

— Así es —respondió— Sean bienvenidas. ¿Qué las trae por aquí?

— Me llamo Mónica Villa, y esta es mi amiga y socia Sofía Martínez, estamos interesadas en comprar este terreno y, por supuesto, el Monasterio.

— Juan Rozas —se presentó—. Será mejor que vayamos dentro.



En el interior, los techos altos daban la sensación de estar en un lugar de otro tiempo. El ambiente era sobrio. Juan las guio hasta una sala con una gran mesa central de madera y sillas antiguas.

— No suelen venir muchas personas a este lugar —comentó acercándoles las sillas— ¿Por qué quieren comprar este sitio?

Mónica se sentó con calma, dejando que sus manos desabotonasen un botón de su blusa y, con su falda negra ceñida hasta el muslo, cruzó su pierna izquierda para colocarla encima de la derecha, sonriendo con confianza.

— Queremos convertirlo en un hotel.

Rozas entrecerró los ojos, analizando a las dos bellas mujeres que se habían presentado ante él. Se pasmó mirando las largas y fuertes piernas de Mónica, hipnotizado por su sensualidad.

— Esperen aquí, por favor. Enseguida regreso.

Las dos jóvenes emprendedoras permanecieron mirando al techo, fijándose en los detalles arquitectónicos del interior.

— Vaya monje más guapo, ¿no? — Sofía interrumpió el silencio.

— Si todos los monjes fueran así, estaría en misa todos los días —sonrió Mónica con picardía.

Sofía le devolvió la sonrisa, pero pronto su expresión se tornó más seria.

— ¿Crees que Andrés y Miguel nos buscarán?

— Por supuesto, Sofía, estos dos no se van a quedar quietos… pero espero hayan aprendido que nosotras tampoco nos paramos.

Minutos después, Juan Rozas regresó acompañado de un hombre mayor y mirada inquisidora.

— Este es Salvador, el padre superior y único superviviente del monasterio.

El anciano las observó con una mezcla de curiosidad y escepticismo.

— Buenas tardes señoritas… —dijo con voz grave— asique quieren comprar este lugar…

Mónica mantuvo su sonrisa confiada mientras Sofía permanecía en silencio.

— Así es, queremos darle una nueva vida.

El padre Salvador cerró sus ojos.

— Es tarde para que regresen a la ciudad. Quédense aquí esta noche y mañana hablaremos con calma del asunto.

Las jóvenes amigas intercambiaron una mirada de sorpresa. Asintieron, agradecidas.

— Les prepararé una habitación —dijo Juan Rozas.

Para la cena, los anfitriones prepararon un asado que comieron todos en el salón principal, iluminados por las lámparas de aceite que proyectaban danzantes sombras sobre las paredes de piedra. Sofía notaba cómo Juan no le quitaba ojo, algo que repetía Mónica con el joven monje.

— No imaginaba que se comiese tan bien en un monasterio —comentó Mónica.

Juan esbozó una leve sonrisa.

Al terminar, Mónica decidió salir a dar un paseo acompañada de Juan. Sofía se quedó charlando con el padre Salvador en el salón, bajo el crepitar del fuego de la chimenea.

— No pareces estar en paz, jovencita —observó Salvador.

— ¿Tanto se nota? — Sofía esbozó una sonrisa amarga.

— Los años me han enseñado a ver el peso que las personas llevan al hombro.

Sofía bebió un trago largo de vino.

— No me gusta ser vulnerable, padre. No me gusta ser humillada…

— Y tampoco te gusta sentir miedo…

Sofía lo miró, sorprendida. Parecía que ese anciano la había calado a la primera.

— ¿Por qué queréis hacer un hotel tú y tu amiga?

— Para vengarnos… de todos los que se creen superiores…

— Venganza… ese no es un buen sentimiento con el que empezar algo…

— Es un principio, padre. Le haremos una buena oferta.

— Jovencita… ¿cuántos años crees que me quedan? No muchos… yo no necesito dinero. Y Juan tampoco… Juan necesita otra cosa…

— ¿Juan? ¿Qué cosa?

— Juan necesita lo mismo que tú, hija. Necesita salvación…

Mientras tanto, afuera, Mónica y Juan caminaban por el sendero de piedra que rodea al monasterio. La noche está despejada y la luna ilumina sus rostros y las ruinas del lugar.

— No pareces el típico monje —comentó Mónica.

Juan sonrió de lado.

— Es que no lo soy. Hace seis meses que me instalé aquí —miró hacia el horizonte, pensativo— se podría decir que no siempre he sido un hombre de fe.

Mónica arqueó una ceja, intrigada por los secretos del monje.

— ¿Un pasado oscuro?

— Algo así… —admitió él.

Mónica lo observó, con interés. Había algo en él, en su mirada, en su porte, en su modo de caminar que le sugería que había sido alguien muy distinto antes de llegar ahí.

— Tú no pareces el tipo de mujer que busca la paz en un monasterio —dijo él.

— No busco paz. Busco venganza. —dijo ella cruzando los brazos por el frío que comenzaba a asomar.

Juan se detuvo un momento.

— Ten cuidado con lo que buscas. Puedes llegar a encontrarlo.

El viento levantaba las hojas a sus pies. Continuaron caminando en silencio hasta que se encontraron con las escaleras de la capilla.

— He sido muchas cosas en mi vida, Mónica —dijo con un tono de confesión.

— ¿Cómo qué? —preguntó ella, expectante.

— Soldado. Un soldado y un asesino. Un asesino legal, para que no suene tan feo. Pasé muchos años en el ejército, en zonas de guerra. Lugares en donde la vida y la muerte se deciden en un segundo.

— ¿Mataste a mucha gente?

Juan apretó la mandíbula.

— A demasiada. Y no siempre a quien lo merecía.

El silencio se extendió entre ellos. Juan se sentó en las escaleras, con la puerta de la capilla a sus espaldas, y Mónica a su lado.

— ¿Y viniste aquí a buscar redención?

— No sé si eso existe para mí —dejó escapar una sonrisa—. Sólo quería encontrar algo de paz.

Mónica apartó el pelo tras su oreja, con su otra mano posada en la rodilla de Juan.

— Es muy valiente por tu parte…

No podía negar que el monje le atraía. El aire de tipo duro, de misterio que le envolvía la excitaba. Sintió su pierna musculosa a través de la túnica que llevaba. Un calor intenso comenzó a ebullir en sus venas.

Decidió pasar a la acción. Le besó. Con lujuria.

Él la correspondió. Con sus fuertes manos agarró su cara y dejó que su melena rubia se entrelazase entre sus dedos, sujetando su cabeza para besarla.

— ¿Estás segura? —le preguntó, dejándose llevar por sus deseos más primitivos.

— Ujum — Mónica asintió, con sus mejillas sonrojadas.

Mónica levantó su túnica para acariciar sus poderosos muslos. Él suspiró al sentir su blanca y suave piel bajo su mano. Se hundieron en un beso cálido y apasionado, con la capilla tras ellos.

Un vaho, fruto del calor que sentían y que chocaba contra el aire frío, salía de sus labios.

Ella desabotonó su túnica para descubrir que sus tiempos de soldado no se le habían olvidado. No llevaba más ropa, en plan comando.

Con él quieto en el peldaño, se sentó en sus muslos. Continuaba besándole mientras su mano buscaba el tesoro más abajo.

Juan se inclinó hacia ella, excitado por los pechos que emergían de su escote. Su polla se irguió rápida y dura, ansiosa por ella.

Mónica sonrió al verla, la rodeó con sus dedos.

— Es enorme… —dijo acariciando sus testículos.

Él respondió desabotonando su blusa, dejando que sus generosos senos saliesen de su prisión. Con sus dedos, levantó el sostén por encima de ellos liberándolos del todo. Sus tetas cayeron contra su pecho, por inercia.

— Son enormes… —dijo él ahora.

Agarró con su mano, desde abajo, el izquierdo para subirlo y comenzar a lamer su pezón. Mónica continuaba masajeando la parte baja de su miembro.

La luz de la luna brillaba sobre ellos mientras se dejaban llevar por el deseo carnal.

Se subió la falda y comenzó a frotar su gran polla contra sus braguitas negras de algodón egipcio. Juan le sonrió, inclinando la cabeza hacia ella. Sus labios se unieron de nuevo.

El viento silbaba entre los árboles mientras sus gemidos comenzaban a sonar como rugidos.

Ella apartó con su polla el fino algodón que cubría su vagina y comenzó a frotar su glande contra sus labios vaginales. Estiró su piel, dejándola tirante al máximo, para descubrir del todo su glande.

Juan suspiró al sentir la humedad, su miembro se hundía en la sedienta vagina de Mónica.

Con cuidado, comenzó a empujar más hacia el interior, dejándola totalmente oculta.

Bajo la noche estrellada, Mónica comenzó a cabalgar, a subir y a bajar empalada en su enorme polla, dejando la melena contoneándose al viento con su baile sexual. Sus cabellos rubios se movían como olas en el mar en medio del aire frío que soplaba con ansia.

Él se dejó hacer. Inclinó hacia atrás su cabeza, cerró los ojos y dejó que ella le dominase, agarrándole las nalgas mientras dejaba que lo domase. Sentía cómo ella gemía con cada embestida.

Las palpitaciones de su polla provocaron temblores en sus piernas.

— ¿Te gusta así, soldado? —le mordisqueó la mejilla.

Él contestó con un gruñido gutural, la agarró con más fuerza, incrustando sus dedos en la carne de sus nalgas.

Los gritos de placer de Mónica irrumpieron en el silencio de la noche. La joven rubia meneó su cabeza, bailando con su melena al viento con el orgasmo que estaba sintiendo.

— Jodeeerrr, Juan…. Me corro… —susurró mirando a la cruz que presidía la puerta de la capilla.

Juan, por su parte, sintió cómo el coño de Mónica se contraía y hacía presión en su polla, obligándole a expulsar con su orgasmo el semen que guardaba.

Los músculos de su polla se contraccionaban, empujando su cadera hacia él, dominándola él ahora, para dejar en su interior todo el líquido.

— ¡¡¡Mónica!!!! — gimió extasiado mientras terminaba.

Dejaron escapar un gemido final, sintiendo el calor de sus cuerpos en la fría noche. La polla de Juan se relajaba en el interior de ella, y al salir derramó varias gotas del líquido blanco en los peldaños.

La noche continuaba, se vistieron e hicieron como si ese acto instintivo no hubiera ocurrido.

El viento seguía zumbando contra los altos muros del monasterio. En su interior, Salvador le confesaba a Sofía la única condición para cederles el monasterio:

— No quiero dinero. Os regalaré el monasterio. Para ello tendrás que demostrarme un acto de amor sincero. Es lo único que pido.

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